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Por Richard Casanova 23 de noviembre de 2025
En nuestra entrega anterior analizamos las motivaciones políticas, estratégicas e ideológicas del despliegue militar de Estados Unidos, cuyo foco está en Venezuela y trasciende al mero interés que puedan tener por el petróleo y otras riquezas de nuestro país, tal como muchos afirman con ligereza. En esa oportunidad nos quedó pendiente explorar si la opinión pública estadounidense es realmente una limitante para el avance en una acción militar en Venezuela. Ese ha sido un argumento común para descartar una eventual escalada del conflicto. Veamos… Históricamente, la opinión pública en EE.UU. ha sido ambigua respecto a las intervenciones militares. Aunque existe un rechazo generalizado a “nuevas guerras”, éste suele diluirse si la acción se justifica por razones de seguridad nacional y en defensa del pueblo norteamericano, tal es el caso de la lucha contra el terrorismo o el narcotráfico. También se minimiza cuando se apela al orgullo nacional herido y se invocan amenazas reales o recuerdos que subyacen en la memoria colectiva. Basta recordar el 11 de septiembre para comprender lo que significa el terrorismo para el pueblo estadounidense. Incluso, no es la primera vez que se le pone rostro a ese enemigo externo y moralmente condenable que se construye. Ayer fue Saddam Hussein o Bin Laden, hoy parece tener otro rostro. En este sentido, más allá de las diferencias, la puesta en escena y el discurso del presidente Trump han sido impecables. La narrativa de “American First” no es necesariamente aislacionista. Más bien, puede justificar intervenciones si se presentan como necesarias para “recuperar el lugar que nos corresponde en el mundo”. Pero, reposicionar a EE.UU. como primera potencia implica más que poder militar. Requiere también movilizar emocionalmente a la población con símbolos de fuerza, justicia y un destino manifiesto que toca las fibras más profundas del orgullo nacional. Además, en todos los conflictos, igualmente juegan los rasgos de personalidad del líder. En efecto, la historia nos recuerda episodios en que la egolatría de un líder, sus ambiciones y deseos de trascendencia se entrelazan en un discurso nacionalista, siempre cautivador de las masas, y las conecta con una idea de grandeza que se proyecta más allá de sus fronteras. Se despierta un orgullo irracional, un espíritu imperial que subyace en los pueblos y los lleva a apoyar guerras y otras atrocidades contra la humanidad. Así se explica el Holocausto en medio de una enorme popularidad de Hitler. Y éste no es un caso aislado. El discurso de Benito Mussolini sobre la “restauración del Imperio Romano” sedujo a las masas y justificó invasiones en África y la represión interna. El nacionalismo imperial japonés exaltaba la misión divina de expandirse en Asia y justificó atrocidades como la masacre de Nankín. Envuelto en la ideología comunista, Stalin apeló al sentimiento nacionalista ruso para legitimar acciones que resultaron devastadoras. Milosevic en los Balcanes, exaltó la “grandeza histórica” de Serbia y justificó limpiezas étnicas en Bosnia y Kosovo. El genocidio contra los tutsis en Ruanda estaba amparado en una narrativa de superioridad con un claro corte nacionalista. En fin, cuando uno piensa en la descomunal fuerza de la retórica nacionalista y entiende que el "sueño americano" descansa en ese espíritu imperial que subyace en la sociedad norteamericana, pone en duda que la opinión pública estadounidense sea realmente un muro de contención a la escalada del conflicto y que esa idea es un argumento infundado de quienes no terminan de asumir la posibilidad cierta de una indeseable confrontación bélica. Insistir en ello, es una apuesta incierta que saca a los actores del tablero geopolítico donde se desarrolla este juego de poder, y los conduce a desconocer que la salida real al conflicto está en una negociación: una solución política que no depende tanto de Donald Trump como de quienes ejercen el poder en Venezuela. Obviamente, no es el gobierno de EEUU quien está en la necesidad de negociar. En otras palabras, serán responsables de lo que pase en Venezuela quienes reiteradamente han desaprovechado todas las oportunidades de diálogo y han cerrado las puertas a una salida democrática, tal como aspira el país. ¿Estarán en capacidad de entender este momento crucial? Ahí está la respuesta a la interrogante que sirve de título a estas reflexiones. ¡Dios bendiga a Venezuela! La opinión del autor no coincide necesariamente con la de LatinPress.es richcasanova@gmail.com Colaboración especial para LatinPress®
Por Richard Casanova 16 de noviembre de 2025
En el imaginario colectivo, una eventual -y a mi juicio, indeseable- intervención militar de Estados Unidos en Venezuela suele explicarse por la codicia de sus recursos: petróleo, oro, coltán, gas, etc. Pero hay otras capas, más profundas y menos visibles, donde se entrelazan las motivaciones políticas, estratégicas e ideológicas de una potencia que busca reafirmar su lugar en el mundo. Aproximarse a la realidad no es fácil en un país sometido a la polarización política y dónde impera el "sesgo de confirmación", entendido éste como la tendencia a buscar, interpretar y recordar información de manera que confirme nuestras creencias previas, ignorando o descartando todo aquello que las contradiga. Así se construyen matrices de opinión, distantes de la razón y carentes de objetividad que afectan nuestro juicio sobre la realidad. En efecto, desde el gobierno suele simplificarse el asunto a la ambición económica del “imperio”, a la supuesta necesidad de petróleo, etc. Y manipulando el ideal de paz y de soberanía nacional, desconocen su propia responsabilidad: no admiten que hemos llegado a esta situación como consecuencia de sus actos, por su determinación a cerrar la puerta a una salida democrática, como aspira la mayoría del país. Se desestima una larga historia, donde el 28J es apenas la guinda del pastel. Desde sectores extremos de la oposición se invoca a esta acción bélica como si comentaran una película de Netflix, sin considerar las consecuencias, con argumentos fantasiosos y simplistas, por decir lo menos. Por su parte, sectores opositores moderados más bien desconocen que existe una posibilidad real de que el conflicto derive hacia una situación de guerra. Califican como "vendedores de humo" a los extremistas -y con razón- pero algunos incurren en la misma ligereza del gobierno al caracterizar el conflicto: creer que los negocios y el petróleo venezolano, es la única hipótesis que explica las acciones del gobierno norteamericano. Venezuela como encrucijada del poder: más allá del petróleo Si intentamos ver más allá, habría que dar una mirada al tablero hemisférico: Venezuela no es solo un país con riquezas, es un nodo geopolítico. Su cercanía al Caribe, su frontera con Colombia y Brasil, y su acceso a rutas marítimas claves, la convierten en una pieza codiciada en el ajedrez global. Así las cosas, para EE.UU., permitir que China, Rusia o Irán consoliden su presencia en lo que consideran su área natural de influencia, sería ceder terreno y evitarlo es entonces un objetivo estratégico que trasciende su interés por el petróleo. No sé trata de lo que Venezuela tiene, sino de revivir la Doctrina Monroe, no como consigna, sino como estrategia de contención en el contexto de la geopolítica global. Y aunque la retórica evidencia profundas diferencias entre Republicanos y Demócratas, pese a no compartir las formas y a tener intereses contrapuestos, en el fondo hay una comprensión de que el asunto es vital para la preeminencia de EE.UU. como la primera potencia del mundo. Lo cierto es que el despliegue de fuerzas en el Caribe no apunta necesariamente a una invasión, mucho menos es expresión de la lucha contra el narcotráfico. Claramente es una demostración de capacidad, una forma de proyectar poder y vigilar movimientos. Venezuela, en este sentido, se convierte en un punto de observación, un radar geopolítico desde donde se monitorean rutas, alianzas y amenazas. Aun descartando que la hegemonía norteamericana esté en crisis, habría que admitir que -al menos- está en riesgo ante el avance de sus reales adversarios, especialmente China. De manera que el imperio no necesita petróleo, tanto como reafirmarse. Esto, aunque sea intangible, es determinante y tiene peso específico en la sociedad estadounidense. Sin dudas, en un mundo multipolar, EE.UU. necesita reafirmar su liderazgo y Venezuela representa una oportunidad para mostrar que aún puede moldear el destino de las naciones. Y no valen las comparaciones con el conflicto en Ucrania o Gaza, estamos hablando de la necesidad de demostrar la influencia norteamericana en su propio hemisferio, como condición indispensable para reposicionarse en el escenario mundial. O sea, que éste despliegue militar no es solo una cruzada contra Maduro, sino una declaración de que el orden liberal occidental sigue vigente y dispuesto a intervenir. Así, el costo político de un mero repliegue pudiera ser extremadamente alto. Algunos sectores del gobierno y de oposición, en la búsqueda de reafirmar sus creencias, insisten en que la opinión pública estadounidense es una limitante para que el gobierno emprenda una acción militar en Venezuela. ¿Es eso realmente así? ¿Cómo podemos analizar esto, sin desestimar otro ángulo ni desconocer el comportamiento histórico de la sociedad norteamericana? Ese es tema para una próxima entrega. Por lo pronto, ofrezco excusas por no dar respuesta a la pregunta que sirve de título a estas reflexiones. Creo que nadie puede responder con exactitud esa interrogante, lo que sí podemos lograr es ampliar las perspectivas para procurar una mejor comprensión del momento. Solo así será posible evitar una dolorosa deriva a la violencia y abrir camino a la paz, no retórica, sino real y duradera. ¡Dios bendiga a Venezuela! La opinión del autor no coincide necesariamente con la de LatinPress.es richcasanova@gmail.com Colaboración especial para LatinPress®
Por Richard Casanova 10 de noviembre de 2025
En medio de la aceleración tecnológica, la polarización política y la exaltación de las emociones como brújula social, la democracia enfrenta una amenaza real y profunda: la erosión de la racionalidad compartida, uno de sus sustentos esenciales. Comencemos por advertir que la legitimidad democrática no puede reducirse a la regla de la mayoría, sino que debe sostenerse en una cultura del diálogo, donde la razón sea el terreno común que permite la diferencia sin violencia. Esta concepción de la democracia no es solo política: es ética porque exige reconocer al otro como interlocutor válido, como sujeto de derechos, como portador de sentido. Porque la democracia no es la hegemonía de las mayorías, sino que la opinión de estas prevalece en convivencia, reconocimiento y respeto a las minorías. La democracia, entendida éticamente, no es solo un sistema de votación, sino una forma de vida que exige conversación, escucha y responsabilidad. Cuando el diálogo se sustituye por pulsiones emocionales —el miedo, la indignación, la inseguridad—, se abre paso a formas autoritarias que, aunque revestidas de legalidad, sacrifican las libertades en nombre de la eficacia o el orden. La política, entonces, se convierte en espectáculo, y la ciudadanía en audiencia. La ética democrática, en cambio, reclama deliberación, respeto a la pluralidad y apertura al disenso. En contraposición, vemos diversas expresiones del populismo como el culto a las emociones: una manipulación constante de ellas que constituye una forma de regresión cívica. A la par, las redes sociales, lejos de ampliar el espacio público, lo colonizan con maledicencia y popularidad instantánea, generando una perversión de la política. Uno de los fenómenos más corrosivos es el sesgo de confirmación: la tendencia humana a buscar, interpretar y compartir información que refuerza nuestras creencias previas, ignorando o descartando todo aquello que las contradiga. Así se configuran matrices de opinión con una alta carga emocional y escasa racionalidad. Este sesgo no sólo reafirma la tendencia populista del liderazgo que se orienta por las tendencias en la opinión pública, sino que convierte el diálogo en eco, y al debate en trinchera. En lugar de abrirnos al otro, nos encerramos en burbujas de certeza emocional, donde la razón se diluye y la deliberación se vuelve imposible. En este contexto, la racionalidad y el debate constructivo no son un lujo académico, sino una urgencia ética. En sus reflexiones recientemente publicadas, Humanidades (2025), Carlos Peña, sociólogo y filósofo chileno, concluye que la filosofía, literatura, historia y las artes en general, son el antídoto contra esta deriva. No porque ofrezcan respuestas técnicas, sino porque enseñan a preguntar por el sentido, a distinguir lo visible de lo invisible, a reconocer que detrás de cada hecho hay una trama de significados que orienta la vida humana. Sin ellas, la política se vuelve cálculo, y la democracia, una fachada. La inteligencia artificial, por poderosa que sea, no puede reemplazar la intencionalidad humana. Puede simular respuestas, pero no vivir la experiencia de conferirle sentido a la existencia. En este punto, hay que recordar la condición excepcional del ser humano, que somos insustituibles: no por nuestra capacidad de procesar datos, sino por nuestra vocación de comprender, de dialogar, de construir juntos un mundo común. La ética democrática exige más que procedimientos: requiere una ciudadanía capaz de pensar, de escuchar, de resistir el fanatismo. En medio de la crisis global que vivimos, reafirmar el valor del diálogo racional es un acto cívico de profundo contenido ético y político. Porque la democracia no se defiende solo en las urnas, sino en cada conversación que se niega a convertir al otro en enemigo, en cada palabra que abre espacio a la convivencia, a la razón por encima de la emoción, a la verdad y no al odio, a la civilización más que a la barbarie. Dialogar no es pecado, es la virtud del demócrata. La opinión del autor no coincide necesariamente con la de LatinPress.es richcasanova@gmail.com Colaboración especial para LatinPress®
Por Richard Casanova 22 de octubre de 2025
Recientemente un periodista insidioso, con mala intención señaló que "Tomás Guanipa y Stalin González visitaron Bogotá para reunirse con la Embajada de Estados Unidos. Trascendió que también adelantaron gestiones para buscar un encuentro con el presidente Gustavo Petro". Con el mismo sesgo perverso, como si fuera algo malo, agregó que "empezará una gira de reuniones políticas por distintos países de Europa. Extraoficialmente trascendió que la agenda incluye Madrid, Bruselas, Berlín, París, Lisboa y Países Bajos". Para cualquier demócrata, esa es una buena noticia, sin dudas. Es positiva cualquier gestión que se realice en el ámbito internacional para procurar una negociación que permita una salida democrática y evite la escalada del conflicto, con consecuencias impredecibles para la población venezolana. Pero los sectores extremistas de oposición que apuestan a una guerra –muchos desde sus aposentos en Europa y EEUU- prefieren criticar estás iniciativas y descalificar a quienes las promueven. Estos sectores resentidos y sectarios, intentan descalificar ese esfuerzo diciendo que "el motivo del recorrido será explicar la visión del grupo de partidos y dirigentes" que representan. No es cierto, pero si así fuera ¿cuál es el problema? ¿Acaso en el campo opositor no hay distintas visiones sobre la ruta para lograr el cambio político, al que todos aspiramos? En democracia, cada quien tiene derecho a expresar su punto de vista, de manera que ésta crítica malsana solo evidencia la vocación autoritaria de quien la emite y la aspiración de imponer un nuevo "pensamiento único", frente al cual no se admite el disenso y más bien, se cuestiona y se castiga con la agresión y el insulto. Solo como reflexión: ¿quiénes así imitan al chavismo, pueden ser una genuina expresión de cambio? Con la intención de descalificar se presenta este esfuerzo diplomático como una iniciativa de quienes "se separaron de la Plataforma Unitaria", una gigantesca mentira pues fue un sector opositor quien se arrogó la facultad de “expulsar” a quienes insistían en que se respetara el acuerdo unitario que optó por la ruta electoral e hizo posible una gran victoria el 28J. Con su intolerancia, esos grupos demostraron su incapacidad para construir consensos y unir a la oposición democrática. No vamos a explicar por qué esa oposición decidió romper el consenso e imponer un retorno a la fracasada ruta de la abstención, proponiendo a la inmensa mayoría que se expresó el 28J que su mejor opción era "quedarse en casa". Sin embargo, sí podemos preguntarnos ¿Por qué les molesta tanto que se intente abrir el camino a una eventual negociación, en un momento de elevada presión política internacional? Algo que ha hecho antes -y busca ahora- el propio presidente Trump. ¿Por qué no lo insultan también? Es lamentable que la oposición en la "clandestinidad" y esa que está instalada en Europa o EEUU, en vez de articular con los opositores que permanecen en Venezuela, intentan descalificarlos diciendo que se presentan como “la oposición que está en el terreno y tiene interlocución con el chavismo”, como si ello fuese mentira o algo cuestionable. Al contrario, lo malo es que las negociaciones Trump-Maduro se den, sin mediación de la oposición democrática. Ese espacio hay que construirlo con la participación de todos, entendiendo que los sectores más radicales han sostenido un discurso que les ha dado popularidad en la coyuntura, pero los ha autoexcluido de una eventual negociación. Lo insólito es que no se procure superar esa debilidad y, al contrario, por pura mezquindad se cuestione a quien intente hacerlo. Un liderazgo responsable procuraría no aislarse, intentaría construir alianza con todos los sectores. Construir los consensos necesarios para unificar a las fuerzas del cambio es algo que aspiran los venezolanos. Nadie quiere un liderazgo que imponga su punto de vista, insulte a quien piense distinto y -utilizando un ejército de bots, contratando a periodistas e “influencers”- dedique sus energías a destruir moralmente al pensamiento crítico. Basta, ya de esa cabuya tenemos un rollo. Desafortunadamente, no se aprecia comprensión del momento que vivimos. Así que es muy probable que la iniciativa diplomática antes citada, desate una ola de ataques e insultos contra Henrique Capriles y Tomás Guanipa, quienes se han convertido en una obsesión para el extremismo. El odio alcanzará al movimiento Unión y Cambio, así como a sus aliados. El desespero y la mezquindad los ha llevado a atacar más a esa oposición irreverente y democrática, que al gobierno que dicen enfrentar. Quizás por eso estamos como estamos.... ¡Dios bendiga a Venezuela! La opinión del autor no coincide necesariamente con la de LatinPress.es richcasanova@gmail.com Colaboración especial para LatinPress®
Por Richard Casanova 7 de octubre de 2025
En estos días, miles de familias venezolanas en Estados Unidos han recibido un golpe devastador. La Corte Suprema ha autorizado la revocación del Estatus de Protección Temporal (TPS), dejando en el limbo a más de 300.000 personas que, durante años, han vivido, trabajado y contribuido con honestidad y esfuerzo al país que les ofreció refugio. No hablamos de cifras, sino de seres humanos, de rostros. De madres que limpian hospitales, de padres que construyen edificios, de jóvenes que estudian con la esperanza de devolverle algo a su comunidad. Hablamos de abuelos que trabajan en las noches y en el día, cuidan a los nietos, mientras sus hijos trabajan doble jornada. Hablamos de ciudadanos que han hecho de la decencia su bandera, y que hoy se enfrentan al abismo de la deportación, la separación familiar y el desamparo legal. Elevamos la voz porque somos venezolanos, y sabemos lo que significa abrir los brazos. Venezuela ha sido tierra de oportunidades para millones de inmigrantes: portugueses, italianos, españoles, árabes, colombianos, chilenos, peruanos, chinos, y tantos más. Nuestra historia se ha tejido con solidaridad, y esa mezcla de culturas nos ha regalado una identidad rica, diversa y profundamente humana. Por eso, duele ver que hoy nuestros compatriotas reciban lo contrario. La decisión judicial no sólo suspende una protección migratoria. Suspende también la paz mental, la estabilidad emocional y el derecho básico a vivir sin miedo. Muchos de estos venezolanos huyeron de una crisis humanitaria, de persecuciones, del hambre y la desesperanza. En los Estados Unidos encontraron un respiro que hoy se convierte en angustia. Alzamos la voz por ellos porque -en las circunstancias actuales- el deber de cualquier gobierno no es levantar muros o redactar leyes. Es ser solidario, reconocer el valor humano detrás de cada historia migrante. Es entender que la justicia no puede ser ciega al sufrimiento. Y debe ser un compromiso colectivo exigir que las decisiones políticas no ignoren el rostro de la dignidad. A quienes hoy se sienten solos, les decimos: no lo están. Y a quienes tienen el poder de revertir esta injusticia, les pedimos que miren más allá del expediente, vean el corazón de cada familia que solo quiere vivir en paz, trabajar con honestidad y aportar a una sociedad que también sienten suya. La revocatoria del TPS carece de sustento legal, es una decisión política –no jurídica- trascendente, por eso tiene implicaciones de orden colectivo y humanitario. Así, vale recordar que la historia juzga implacablemente no solo lo que decidimos, sino cómo lo hacemos y cuáles son sus consecuencias. En definitiva, este es un momento en que la humanidad debe trascender a la política. ¡Dios bendiga a Venezuela! La opinión del autor no coincide necesariamente con la de LatinPress.es richcasanova@gmail.com Colaboración especial para LatinPress®
Por Richard Casanova 27 de mayo de 2025
“La derrota tiene una dignidad que la victoria no conoce”. Jorge Luis Borges Me siento tranquilo de conciencia al haber hecho lo correcto e insistir en enfrentar al gobierno en el terreno electoral y en el momento más oscuro de la democracia venezolana. Aun logrando nuestra aspiración personal, lo que realmente angustia y desvela es el rumbo de un país que quiere cambio, pero vive ilusionado con un liderazgo vendedor de fantasías. La realidad inocultable es otra, signada por una crisis pavorosa que tiende a agudizarse y un gobierno nefasto que se mantiene en el poder, siendo una minoría reducida y repudiada. Llegando a extremos inimaginables: gracias a la abstención, municipios como Chacao, Lechería o Los Salías los ganó el PSUV con muy pocos votos, los mismos que antes sacaban. Si se sigue por ese camino, tendrán a alcaldes rojo-rojitos, algo realmente insólito. Si se impone la abstención como “política”, en la REFORMA CONSTITUCIONAL terminaremos entregándoles el país. Con muy pocos votos nos arrebatarán las pocas libertades que -con dificultad- aún ejercemos, sepultarán nuestros derechos constitucionales y le darán legalidad a este régimen ilegítimo y oprobioso. Todo esto preocupa y es muy lamentable pero que además una parte de la oposición celebre los resultados del 25M como si algo ganaron, es realmente patético. Celebran porque el país opositor, les compró la absurda idea de que la forma de enfrentar al régimen era "no hacer nada", dejar de participar y que lo mejor era "quedarse en casa" o irse a la playa. ¡Que gran victoria! La dirigencia política que propuso "quedarse en casa", perdió una oportunidad histórica y jugó al fracaso del resto del liderazgo democrático, como si se tratara del fracaso de un enemigo. Es muy grave que un importante sector de la oposición no tenga visión estratégica y le cueste entender que el adversario real está en Miraflores. Por cierto, celebrando también, aunque por razones distintas. No es momento de profundizar las diferencias, pero sí de reflexionar. Insisto, es evidente que una parte de la oposición jugó a la derrota de la otra, de esa que decidió mantenerse exactamente en la misma ruta que unitariamente se habían acordado las fuerzas del cambio y que condujo a la victoria de Edmundo González. Entonces, vale preguntarse ¿Quién fractura la unidad? ¿Los que perseveran en la ruta exitosa del 28J o quienes, de forma inconsulta, sin promover un acuerdo, decidieron regresar -otra vez- a la fracasada ruta de la abstención? Ese retroceso fue una victoria de Maduro y su gobierno, no una derrota de quienes decidimos dar la cara y enfrentarlo. Mientras el país se hunde en una honda crisis y avanza hacia el abismo, convertir la lucha por el cambio en una disputa por el liderazgo opositor, es poco más que una estupidez. Son reflexiones duras pero necesarias para recomponer la unidad de las fuerzas del cambio. A menos que se pretenda seguir celebrando las victorias del régimen. Yo apuesto a que prive la sensatez y la madurez política, que se logre a la brevedad posible un acuerdo político para enfrentar las pretensiones hegemónicas de esa reducida minoría enquistada en el poder y responsable de la ruina del país y del sufrimiento de un pueblo que se niega a rendirse, a pesar de las victorias pírricas que algunos celebran. ¡Ah!, nunca más apropiada la referencia al rey Pirros y sus batallas contra el ejército romano. ¡Dios bendiga a Venezuela! La opinión del autor no coincide necesariamente con la de LatinPress.es richcasanova@gmail.com Colaboración especial para LatinPress®
Por Richard Casanova 8 de marzo de 2025
En nuestra anterior entrega, se intentó poner el foco en las dificultades que caracterizan al entorno electoral hoy y constituyen una seria restricción a la participación. El objetivo no era promover la abstención como una opción, sino evidenciar los obstáculos y advertir sobre la necesidad de acciones previas que cambiaran el contexto y le dieran viabilidad a la propuesta de participar. Evidentemente, después de lo que pasó el 28J, es justificable y comprensible que el país -en principio- se muestre contrario a participar. Era previsible el resultado de proponer esa opción "sin anestesia", es decir, sin las acciones previas antes mencionadas. En efecto, la equivocada puesta en escena de la propuesta participacionista, la intolerancia de sectores abstencionistas y la incapacidad de diálogo, de lado y lado, no ha logrado motivar a las mayorías y solo ha conducido a un penoso espectáculo de descalificaciones, con la consecuente fractura de la oposición, lo cual debe tener al régimen frotándose las manos. Tenemos un gobierno en condiciones deplorables, sin respaldo popular ni internacional, sin posibilidad de superar la crisis y con inmensos conflictos internos. Pero, desafortunadamente, también tenemos en el campo opositor a un liderazgo nacional incapaz de demostrar la madurez política que requiere el momento y, por encima de sus diferencias, construir una opción unitaria para el país. Esta es una desgracia que abordaremos después. Ahora enfoquémonos en salir del falso dilema de participar vs. abstenerse. El verdadero debate es qué hacer para cambiar las circunstancias y generar el clima político que pueda dar sentido y eficacia a la propuesta participacionista. O en caso contrario, que conduzca unitariamente a una alternativa, incluso a la abstención, pero como parte de un proceso y no como una reacción primaria. Si no se hace un esfuerzo por abatir la comprensible e inmensa abstención que se prevé para las próximas "elecciones", la participación no serviría ni siquiera como "una oportunidad para organizar y movilizar a la sociedad", tal como se ha argumentado. Los centros de votación desolados ese día no solo serán una derrota del gobierno, sino también para el país democrático, incluidos aquellos que insisten en la participación sin anestesia. El verdadero desafío para la oposición es qué hacer para recuperar la ruta electoral, dinamitada el 28J, y evitar que una cadena de sucesivos fraudes termine por sepultar lo que queda de ella y despojar definitivamente de valor al voto como instrumento de cambio. Evitar ese escenario es el debate sustancial. El esfuerzo debe centrarse en dotar a ambas propuestas de un planteamiento estratégico trascendente, porque en las circunstancias actuales, abstenerse o participar puede conducir exactamente al mismo resultado, y ninguna de las opciones trasciende a la coyuntura. Nadie, ni de un lado ni del otro, ha dado una respuesta política coherente y precisa a la pregunta: ¿Y al día siguiente de las elecciones qué hacemos? Ciertamente, la abstención deja libre el terreno, facilita el avance del gobierno y conduce a la nada. Al día siguiente, ¿cuál es el saldo? ¿Cuál es el próximo paso? El escenario no es más alentador para quienes promueven la participación desde una posición principista y sin cambiar el contexto actual, sin una estrategia que trascienda al momento electoral. Al participar, sabemos que el saldo será negativo, no solo por las dificultades para ganar que impone la realidad, sino por la muy probable, más bien obvia, posibilidad de un nuevo fraude electoral, cuyo costo político para el gobierno es casi cero, luego de la cuota que canceló el 28J. A partir de esa fecha, nadie duda que el gobierno sea capaz de robarse las próximas elecciones. ¿Eso debe conducir necesariamente a la abstención? La respuesta es NO, claro. Pero sí debe conducirnos a asumir que recuperar la ruta electoral exige una operación política previa y que la antesala al evento electoral tendría que abrirle viabilidad política a la participación. Esta no puede ser percibida como un acto inútil o, peor aún, como un evento que contribuya a inhumar la victoria opositora del 28J o “pasar la página”. Desafortunadamente, nada se hizo para evitar esa percepción. Además, tenemos la experiencia de lo difícil que ha sido manejar el post electoral, pese a que una amplia mayoría del país se siente victoriosa con la candidatura de Edmundo González Urrutia. Aun así, la imposibilidad de "cobrar", la incertidumbre y la vocación represiva del gobierno mantienen desmovilizado al país democrático. Por eso, para los promotores de la participación hoy, tampoco es sencillo responder a la pregunta: ¿Qué hacer al día siguiente? No debe ser una respuesta explícita, pues las estrategias no se divulgan, pero tiene que percibirse un planteamiento estratégico. No se trata de conocer el camino, pero sí de tener claro el norte. No es nada nuevo que luego de un evento electoral, la organización construida tienda a diluirse y el país entre en su cotidianidad, la gente se desmoviliza políticamente para ocuparse del día a día. Entonces, pareciera que -frente al autoritarismo- la ruta electoral es necesaria, pero no suficiente. Y para dar continuidad a la movilización, resulta obvio que ese "día a día" que ocupa al ciudadano común debe estar también en la agenda de lucha del liderazgo que promueve un cambio político. Ahora que el panorama electoral se muestra oscuro, se ve con más claridad lo que algunos tenemos años planteando: es imprescindible darle contenido social a la lucha política. Y que el evento electoral no sea solo para conquistar o preservar espacios, sino la expresión de un proyecto de país. Que el objetivo no sea solo derrotar a quienes ejercen el poder, sino hacer realidad un sueño colectivo, inspirado en un amplio consenso nacional. Es decir, no basta con derrotar a la incompetente, fracasada y muy corrupta "revolución bolivariana", sino que el país debe tener un horizonte que sea capaz de motivarlo y movilizarlo, más allá de la coyuntura electoral: la fuerza inspiradora “al día siguiente”. Ahora, ¿el liderazgo nacional está trabajando en la construcción de ese gran acuerdo nacional? ¡No! Al contrario, pensando en ese objetivo, ¿en qué contribuye ese debate irrespetuoso, a veces cruento y hasta estúpido, entre participar y abstenerse? ¿Cómo ayuda a promover una visión mucho más amplia, solidaria y trascendente de la política venezolana? Un liderazgo responsable debe reflexionar sobre estos asuntos y actuar en consecuencia. Con el apoyo de la sociedad civil, de factores internacionales y del mundo político, quizás sea momento de convocar a un gran acuerdo que pueda sacar al país de la eterna incertidumbre y darle solidez a la frágil Unidad Democrática, que logre trascender a cada coyuntura, dotar de contenido a la lucha por un cambio e inspirar a la nación en torno a un proyecto nacional amplio, participativo e incluyente. Eso sugiere repensar la política en tiempos de autoritarismo e innovar en las formas del activismo. Es claro que seguir haciendo lo mismo jamás conducirá a un resultado distinto. ¡Dios bendiga a Venezuela! (*) Diputado - CLEANZ / Anzoátegui. La opinión del autor no coincide necesariamente con la de LatinPress.es richcasanova@gmail.com Colaboración especial para LatinPress®
Por Richard Casanova 6 de febrero de 2025
La convocatoria a "elecciones" regionales y parlamentarias ha desatado una justificada controversia en torno a participar o abstenerse, la cual no puede abordarse a partir de consideraciones dogmáticas, es decir, una u otra pueden ser una opción válida dependiendo de las circunstancias, ninguna es buena o mala por sí misma. Ser participacionista o abstencionista, no es una condición congénita e irreversible. El principal argumento a favor de la participación lo aportan quienes dicen que el triunfo opositor en las elecciones del 28J –pese a las condiciones adversas - demostró que la fuerza de la unidad es capaz de vencer todos los obstáculos y por eso no debemos abandonar la ruta electoral -. En conclusión: la oposición ganaría otra vez por paliza. El argumento luce impecable a primera vista, pero al arribar a esa equivocada conclusión se obvia no solo la experiencia del 28J, sino algunas consideraciones determinantes. Por ejemplo, si la oposición quisiera lanzar a María Corina Machado o a Henrique Capriles - para nombrar solo dos de los líderes opositores -, no podría hacerlo porque están inhabitados. ¿Qué esa fue una limitación que logró superarse para las elecciones del 28J? Cierto, pero ahora al gobierno no le basta con las inhabilitaciones y ha impuesto como condición que los candidatos deben reconocer los resultados emitidos por el CNE que proclamó a Nicolás Maduro como presidente electo, algo que no han hecho ni siquiera cercanos aliados del gobierno como Brasil, Colombia y España, entre otros que han sumado su voz al concierto internacional que exige la presentación de las actas, auditorías confiables y cumplir todos los pasos que exige la legislación electoral venezolana para acreditar al ganador de los comicios. Para una amplia mayoría del país, y de la comunidad internacional, tal reconocimiento tal reconocimiento a Maduro -en la situación actual - es a su vez el desconocimiento de la voluntad del pueblo venezolano expresada aquél 28J en las urnas electorales y, eventualmente una amenaza a la soberanía nacional, considerando que - según la CRBV - ésta reside en el pueblo. Por supuesto, las "elecciones" convocadas son simplemente un trapo rojo para desviar la atención del foco principal del problema: preservar nuestra soberanía como pueblo y defender nuestra voluntad, en estricto apego a lo establecido en nuestra Carta Magna. En el supuesto negado de que pueda obviarse semejante escollo, recordemos entonces que los partidos políticos han sido judicializados, incluso a la oposición le han secuestrado recientemente la tarjeta de la MUD, que era la única que quedaba en el campo democrático. Así las cosas, si Primero Justicia quisiera lanzar – por ejemplo - a su presidente, María Beatriz Martínez o a Tomás Guanipa, uno de sus líderes fundamentales, no tendría tarjeta para postularlo. Si la oposición quisiera lanzar a Ramos Allup, a Pérez Vivas o a Andrés Velásquez, sucedería lo mismo. Incluso, si se quisiera lanzar a alguien de incuestionable prestigio como Ramón Guillermo Aveledo o como el Padre Ugalde - si su condición religiosa lo permitiera - no habría forma de hacerlo, salvo que le pidan la tarjeta a Bernabé Gutiérrez, a Antonio Ecarri o a cualquiera de los que gozan de la benevolencia de Miraflores y se han prestado para hacerles comparsa. ¡Y esa no existe! Más grave aún, si la oposición quisiera lanzar al Alcalde de Maracaibo Rafael Ramírez Colina, Enrique Márquez, Freddy Superlano, William Dávila, Rocío San Miguel o Biaggio Pilieri, tampoco podría hacerlo porque están tras las rejas, en una condición mucho más dolorosa que la enfrentada por los centenares de dirigentes que están en un exilio forzoso y que tampoco podrían ser candidatos. Obvio, es una vana ilusión pensar en seleccionar a candidatos realmente opositores y "escogerlos entre los más inteligentes, capaces y trabajadores", como algunos proponen. Eso no es posible, los candidatos serán única y exclusivamente los que el gobierno permita. A la verdadera oposición no le será admitida su postulación y ni siquiera tiene tarjeta para hacerlo. Entonces, más allá de los argumentos principistas y de las posibilidades de un fraude, la hipótesis de que la oposición puede ganar esas elecciones es falsa, por la sencilla razón de que no podrá participar. ¡Punto! No le busquemos 5 patas al gato. A pesar de lo antes expuesto, analicemos otros argumentos utilizados para justificar la participación en este evento. Para manipular la situación algunos han planteado un falso dilema: participamos o no hacemos nada. Al respecto, en su reciente artículo mi buen amigo - el economista José Guerra - ha hecho una valiosa distinción entre la abstención activa y pasiva. Nadie ha sugerido cruzarse de brazos como una opción. En esa misma línea, otros sugieren que las elecciones son una oportunidad para organizar y movilizar a la sociedad en defensa de sus aspiraciones democráticas. ¿Acaso es la única opción para lograr ese objetivo? En vez de embestir a ese trapo rojo y dilapidar esfuerzos y recursos en unas "elecciones" que no tienen por finalidad elegir, ni impulsar cambios ¿Por qué no destinamos la imbatible fuerza de la unidad para exigir salarios justos para los trabajadores? ¿Por qué no organizar y movilizar a la sociedad para exigir la liberación de los presos políticos? ¿Por qué no escuchar más bien el clamor de un país que exige servicios públicos eficientes y de calidad? ¿Por qué no colocar el tímpano en el corazón de un pueblo que sufre ingentes calamidades, en vez de escuchar la írrita convocatoria de un gobierno desesperado por "pasar la página"? Es claro que la disyuntiva no está entre votar y no hacer nada. Desafortunadamente ninguno de los que izan la bandera de la participación hoy, ha planteado organizar y movilizar al país -no para exigir respeto a los resultados del 28J, sería mucho pedir -, sino para promover un cambio del CNE que haga factible y creíble unas futuras elecciones. El actual organismo electoral no tiene autoridad moral para convocar, mucho menos conducir ningún proceso en Venezuela y si el gobierno quisiera rectificar su rumbo, un cambio en el CNE es lo menos que podría concertar con la verdadera oposición. No hay razón para creer que ahora si se cumplirán los extremos de la ley y con transparencia se anunciaran los resultados electorales. De hecho, una nueva condición para ser candidato es aceptar los resultados que se anuncien, sin verificación alguna. Otro estimado amigo sugiere que “hay que votar porque alimentar la división sería un grave error". Surge entonces la pregunta ¿Quién alimenta la división: los que proponen enfocarse en la defensa de la voluntad de los venezolanos expresada del 28J o quienes se animan a participar en una parodia electoral que pretende sepultarla? En esas elecciones participarán solo el PSUV y sus aliados: veremos a los mismos que no se inscribieron en las primarias, y que igual presentaron sus candidaturas para el 28J y las sostuvieron con el ánimo de dividir a las fuerzas del cambio. Por fortuna, ninguno de ellos superó el 1%, es decir son moral y estadísticamente despreciables. Así que su participación ahora en ese templete electoral no significa absolutamente nada para el país y carece de fuerza para dividir a la oposición, eso es solo un anhelo frustrado del gobierno. Tampoco la abstención puede verse como respuesta a la represión. Lamento que éste mismo amigo usara la popular frase "¿Quién dijo miedo?" para titular su artículo de opinión, sugiriendo que participar sería un acto de valentía, ergo serían cobardes quienes no asuman el "reto". Esto es una manipulación inaceptable que desconoce el inmenso coraje que ha demostrado el liderazgo democrático y el pueblo venezolano en los últimos tiempos. Mi respeto para ese país - que en medio de la adversidad - se mantiene en pie de lucha. Finalmente, para quienes pretenden arrogarse la representación del pueblo y en nombre de él, convocar a votar, les sugiero que esperen las encuestas, aunque podemos inferir que la inmensa mayoría de la población no está dispuesta a participar en una farsa electoral cuya finalidad es precisamente acallar la voz de las mayorías y dejar sin efecto los resultados del 28J. Es momento de definiciones, de reafirmar y ampliar la unidad, también es propicia la ocasión para desmarcarse de salidas fantasiosas e insistir en crear condiciones para promover una transición democrática. Nadie puede renunciar al diálogo y a la negociación: hasta en medio de las más cruentas guerras, es necesario abrir ventanas para alcanzar la paz. La acción política interna y la presión internacional deben enfocarse en propiciar espacios para restablecer la institucionalidad democrática y construir una salida pacífica a la crisis, la cual tiene una clara tendencia a agudizarse. En algunas esferas del poder saben que la situación es insostenible. Ojalá que el gobierno asuma que la idea de "normalizar" al país no es posible, que intentar "pasar la página" es un esfuerzo inútil. Durante un cuarto de siglo han utilizado todos los recursos para fracturar la voluntad democrática y doblegar el espíritu de lucha del pueblo venezolano, nunca no ha sido posible y nada indica que ahora lo lograrán, justo cuando es ostensible la fragilidad de su piso político. ¡Dios bendiga a Venezuela! La opinión del autor no coincide necesariamente con la de LatinPress.es richcasanova@gmail.com Colaboración especial para LatinPress® (*) Diputado - CLEANZ Anzoátegui.