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Por Fabrizio Reyes De Luca 29 de octubre de 2025
Dado que no hay escuelas de presidentes en América Latina, todo mandatario que llega al poder tiene que pasar por una curva de aprendizaje que se caracteriza por: I) Intento de implementación de ideas profundamente arraigadas; II) El tortuoso proceso de tanteo y error; III) La evaluación y corrección; IV) El aprendizaje y mejora progresiva; V) La acumulación de experiencia y comprensión del aparato estatal; y, VI) La madurez y pericia presidencial. Dependiendo de la cultura, instinto, capacidad de aprendizaje, habilidad ejecutiva, humildad de carácter y pensamiento, y disposición a cambiar, la curva de aprendizaje se tornará corta, larga o infinita. De un tiempo a esta fecha, se ha desatado un culto a la “novedad” que intenta desafiar a la clase política tradicional, bajo la promesa de cambios rápidos y fáciles, y de bienestar social sin sacrificios. Sin embargo, cuando la novedad choca con la compleja realidad de gobernar, la falta de experiencia se traduce en costos tangibles que afectan la vida de millones de ciudadanos, al tener que pagar el precio de elegir a políticos que tienen que transitar por la inevitable y compleja curva de aprendizaje que suele tomar tiempo, costos económicos, y pérdida de capital político y social. A menos que sea un líder excepcional, el ímpetu de un inexperto tiende a: I. Sobredimensionar la certeza de sus ideas; II. Sobrerreaccionar o petrificarse frente a problemas complejos; III. Improvisar iniciativas poco analizadas y ponderadas; IV. Permitir que sus instintos y prejuicios se impongan al sentido común y a la razón; V. Caer en la complacencia de que todo va bien; VI) Forzar resultados rápidos y apresurados; VII) Subestimar e ignorar las críticas; viii. Creer que se puede sólo; IX) Cantar victoria en forma apresurada; y, X. Subestimar la fuerza de la visión y del plan. Una combinación de todo lo anterior, puede llevar a los gobernantes nóveles a caer en trampas de juicio y de conveniencia coyuntural que terminan sacrificando su legado histórico, por beneficios transitorios de una supuesta imagen positiva. Las trampas más comunes en América Latina, suelen ser: 1) La trampa de la popularidad, cuando se suprimen reformas de beneficio a mediano plazo, por políticas de cortoplacistas, de efecto y beneficio inmediato para realzar la imagen de un líder. Este intercambio de reformas por popularidad tiende a dejar a los presidentes al final, con pocos logros y sin la popularidad por la que sacrificaron las reformas. 2) La trampa del pasado desastroso, que lleva al gobernante a satanizar todo lo que se hizo en el pasado y a pensar que el avance del país inicia con su gestión. Esto lo lleva al error de intentar iniciar todo de nuevo y abandonar la continuidad de las políticas de Estado, con lo que se pierden valiosos años de experiencia y de logros gubernamentales difíciles de recuperar; aunque está claro, que con solo montarse en los logros pasados, se gana tiempo, se aceleran los proyectos y se tiene la posibilidad de exhibir una obra de gobierno para la posteridad. 3) La trampa de la campaña permanente, que hace que los gobernantes se conviertan en candidatos perpetuos, imposibilitando que se exprese el jefe de Estado, lo que conduce a la recurrente exposición política, en detrimento de la dinámica administrativa cotidiana y de la buena gestión gubernamental. Esto tiende a estresar la administración pública y a desviar la atención de la burocracia de objetivos puramente gerenciales, a metas de carácter político electorales, con lo cual se tiende a la dispersión del gobierno y a bajar la calidad de la gestión. Pero en un mundo en cambio permanente, no toda experiencia es aplicable a situaciones nuevas. Existen dos tipos clásicos de experiencia: a) La experiencia pétrea, que solo se alimenta del pasado; y, b) La experiencia curiosa del estudio y del aprendizaje permanente. La primera, anclada en el pasado, tiende a repetir errores y a no advertir los problemas futuros. La segunda, debido a que está en contacto con lo nuevo, puede interpretar mejor las complejas corrientes que le dan forma al nuevo mundo, y encarar con mayor destreza los desafíos de una realidad cambiante y llena de incertidumbres. Aunque el mayor drama sobre la experiencia de gobernar en nuestra región, (especialmente en sistemas electorales con cláusulas pétreas de no retorno), es que justo cuando los presidentes terminan de aprender, tienen que salir del poder, dejando a la sociedad a expensas de políticos inexpertos, lo que lleva a comenzar de nuevo el ciclo de aprendizaje, que obliga a que el nuevo presidente inicie la curva desde el principio, otra vez. Entonces, se corre el riesgo de que la experiencia ganada se pierda cuando se cambia el gobierno, lo que obliga a que se vuelva a iniciar el ciclo. Y de inmediato surge la pregunta: ¿Está la sociedad dispuesta a pagar el precio de la curva de aprendizaje, en aras de apostar por la novedad? Y surge la pregunta obligada: ¿En manos de quién vamos a dejar el reto de enfrentar una de las etapas más complejas de nuestro país y de la humanidad? ¿A quién le daremos la responsabilidad de hacer las reformas y los cambios que produzcan un reacomodo inteligente que nos permita sobrevivir y salir airosos de estos desafíos sin precedentes. "En América Latina no hay escuelas de presidentes. Se llega al gobierno por los caminos más diversos y después hay que aprender en el vuelo" (Julio María Sanguinetti, ex presidente de la República Oriental del Uruguay). Si algo debemos aprender de la advertencia del presidente Sanguinetti, es que gobernar una nación, especialmente en tiempos difíciles, no debe ser un espacio para “aprender en el vuelo” a costa de los ciudadanos. Un pueblo sin autoridad se aproxima al anarquismo y una sociedad que no obedece es un colectivo que anda como oveja descarriada. La autoridad no es imposición, es dirigir y orientar a los grupos humanos. Al que le corresponde ejercer la autoridad, también es necesario que la conquiste. Esto se logra cuando aquello que se dice o que se ordena, corresponde a lo que se hace. La autoridad hay que ganarla, en un primer momento y luego mantenerla. La autoridad no solo consiste en dar órdenes, es -además- corregir errores, crear y aplicar normas, valorar esfuerzos y resultados. La autoridad racional se basa en la capacidad y ayuda a desarrollarse a la persona que se apoya en ella. La autoridad irracional se basa en la fuerza y explota a la persona sujeta a ella. El ejercicio de la autoridad y la obediencia se alimentan con el diálogo y requieren una refinada pedagogía, ya que es la mejor mediación y favorece una buena relación. El diálogo favorece mucho la capacidad de escuchar, haciéndonos más tolerantes y comprensivos. Este ejercicio, como el de otras funciones que debemos realizar, debe rodearse de una serie de valores morales que lo fortalecen. La serenidad en el que ejerce la autoridad, hace que el mensaje llegue con mayor claridad a sus dirigidos. Y al mismo tiempo, el que tiene la autoridad debe poseer mucha paciencia, tanto para madurar un tipo de actuación como para esperar sus resultados. En fin, una buena autoridad y un buen ejercicio de la obediencia son dos herramientas importantes para alcanzar el desarrollo, la armonía, el respeto y la paz en la convivencia social. La opinión del autor no coincide necesariamente con la de LatinPress.es fabriziodeluca823@gmail.com Colaboración especial para LatinPress®
Por Fabrizio Reyes De Luca 3 de octubre de 2025
Hay que comenzar por dar vida a un nuevo orden social, económico y político, activando el diálogo sobre los enfrentamientos, pero no solo con palabras, sino también con hechos concretos; teniendo presente el bien común y sus consecuencias políticas y sociales. Reforzar nuestro compromiso con una atmósfera libre de artificios, en un contexto de creciente inestabilidad mundial, es algo tan preciso como necesario. Comenzar, exactamente, eliminando el odio y la soberbia; será sin duda, el mejor propósito vivencial en un mundo en crisis, para confraternizar y no dejarnos vencer por el veneno del mal. Necesitamos reconstruirnos y no destruirnos, desterrar y destronar de nuestros horizontes, los violentos enfrentamientos fratricidas, abrazarnos en la bondad y adherirnos al bien. Conseguiremos la paz, en la medida en que custodiemos los vínculos y fomentemos iniciativas solidarias. No tiene sentido, pues, proseguir con el rumbo de las absurdas contiendas. Lo sé, no es fácil cambiar de itinerario, y más aún en un cosmos agobiante, que deja en entredicho constantemente, la autonomía del ser humano. Tristemente, la primera gran mentira es la violencia que echa abajo lo que se pretende defender, tanto la dignidad, como la propia existencia y libertad de cada persona. Por tanto, es indispensable promover una gran obra pedagógica de las conciencias, que forme universalmente a todos en lo justo, especialmente a las nuevas generaciones, abriéndolas al espacio de un humanismo integral y solidario. En tiempos de crisis, no pretendamos que las cosas cambien, si siempre hacemos lo mismo. Albert Einstein, un genio admirado universalmente, escribió que la crisis es la mejor bendición que puede sucederle a las personas y los países, porque ella trae progresos. La creatividad nace de la angustia, como el día nace de la noche oscura; es la crisis que origina la inventiva, los descubrimientos y las grandes estrategias. Quien supera la crisis se supera a sí mismo, sin quedar superado. Quien atribuye a la crisis sus fracasos y penurias, violenta su propio talento y respeta más a los problemas, que a las soluciones. La verdadera crisis es “la incompetencia”. Sin crisis no hay desafíos, sin desafíos la vida es una rutina, una lenta agonía; no hay méritos, es en ella donde debe aflorar lo mejor de cada uno. No hay que promoverla y callar, asumiendo el conformismo. Luchemos contra la amenaza que significa no tener valor para superarla. La mejor forma de enfrentarla es la solidaridad, que en sociología es el sentimiento de unidad basado en metas e intereses comunes, junto con los lazos que unen a los miembros de una sociedad. Los conocimientos nos dan independencia; por ende, se requiere la solidaridad de otros individuos, para lograr nuestra supervivencia. En tiempos de crisis, la solidaridad es la base del bien común y con ella superaremos los obstáculos que se presentan en situaciones adversas. Cuando se promueve el cultivo de la asistencia en todas sus dimensiones, se alienta la concordia. Trabajar unidos por estos valores, de respeto y promoción de la persona y de sus derechos fundamentales, desde una perspectiva ecuménica, contribuirá a asegurar nuestro futuro común. Lógicamente, esta dependencia ciudadana, titular de obligaciones y derechos, globalizada y desafiante, unida por un origen y destino común, nos ruega cultivar la solidaridad, con un buen hacer y mejor obrar, con la condena al racismo, la tutela de las minorías, la asistencia a los más desprotegidos, la movilización de la solidaridad internacional para los que menos tienen; además, de aplicar el destino universal de los bienes, asegurando a todos las condiciones esenciales, para participar en el desarrollo económico. Por consiguiente, tomar la moralidad de la interdependencia entre países ricos y pobres, por sí mismo ya es un gran avance, lo que nos exige un mayor espíritu cooperante, en pro de afrontar adecuadamente, el desafío de la pobreza. En consecuencia, todos estamos llamados a trabajar en la pugna de las desigualdades, como tampoco nadie puede eximirse del esfuerzo del trabajo, en tanto deber y derecho, incluidas las lágrimas y el sudor vertido en las luchas sociales, para vencer la malignidad con honestidad. Al fin y al cabo, si todo se realiza en buenos términos, a través de la unidad y en comunión, hagámoslo asimismo, para acabar con tanto odio y empezar un tiempo nuevo que despierte en nosotros la esperanza del cambio, con el aliento necesario para no caer en el desasosiego, y encender en nuestros corazones la llama de la generosidad. Únicamente, de este modo, por muchas caídas que tengamos, podremos reponernos y continuar reencontrándonos entre sí, como buenos congéneres. Tengamos fe en la unión de todos los ecuatorianos, de cara a un mejor porvenir. Luchemos por un verdadero cambio y así entregaremos un mejor país, a las generaciones venideras. La opinión del autor no coincide necesariamente con la de LatinPress.es fabriziodeluca823@gmail.com Colaboración especial para LatinPress®
Por Fabrizio Reyes De Luca 4 de septiembre de 2025
La medicina nació como un acto profundamente humano. Desde los antiguos curanderos hasta los médicos de pueblo, el centro de atención siempre fue el paciente: escuchar, acompañar y aliviar eran las consignas. Sin embargo, en las últimas décadas asistimos a un fenómeno doloroso y creciente: la deshumanización de los servicios médicos. Pacientes y doctores, en todo el mundo y también en la República del Ecuador, perciben que la atención se ha vuelto fría, burocrática y mercantilizada, donde el ser humano parece quedar relegado a un segundo plano. El siglo XX, trajo avances extraordinarios: antibióticos, vacunas, cirugía moderna y tecnología diagnóstica. Estos logros salvaron millones de vidas, pero también transformaron la medicina en un sistema tecnificado e industrializado. Hoy, los médicos dedican más tiempo a las pantallas y los formularios que a mirar a los ojos de sus pacientes. La burocracia de las aseguradoras privadas condiciona los tratamientos, el tiempo de consulta se reduce a minutos y el agotamiento profesional, se vuelve cada vez más común. La mercantilización de la salud ha convertido a los pacientes en “clientes” y a los hospitales en negocios. A esto, se suma una formación médica que privilegia lo técnico sobre lo humano, la falta de recursos en los países en vías de desarrollo y las profundas desigualdades sociales, que perpetúan un trato impersonal y degradante. Para el paciente, la deshumanización significa soledad y pérdida de confianza. En vez de sentirse escuchado, se percibe como un número en una lista o un trámite administrativo. Enfermarse, ya de por sí duro, se convierte en una experiencia fría y desoladora. Para el médico, significa frustración y desencanto. Muchos profesionales sienten que no ejercen la medicina que soñaron: en lugar de sanar, están atrapados en el papeleo, las presiones financieras y las agendas imposibles. El resultado es fatiga moral y pérdida de vocación. No hay dudas que el interés humano, el trato familiar y cálido de otros tiempos, en algunos casos, ha sido sustituido primordialmente por el interés de hacer dinero. Lo que no significa que no hayan buenos médicos, que sí mantienen vivos los valores humanos. Lo que pasa con los servicios de salud es un reflejo de la sociedad en que vivimos, concentrada en el consumismo y el individualismo. El interés por el bien común es cada día menor. La demandante sociedad de consumo, lleva a la mayoría de los profesionales de la salud, a centrarse en su interés personal y de los suyos. La relación humana se hace cada vez más inhumana. Las mismas relaciones personales de amistad de antes, se orientan ahora en base a intereses. Es un mal de estos tiempos. En cuanto a los servicios de salud, pienso que el Estado debe orientar su política a la salud preventiva y a los médicos de familia, para poder dar seguimiento a sus pacientes en barrios y zonas marginales. Fortalecer así un vínculo personal y emocional, que es vital en el seguimiento de la salud de los pacientes. En nuestro país, tenemos un doble desafío, nuestra nación enfrenta este fenómeno con características propias. A la burocracia y la mercantilización, se suman la escasez de recursos y la saturación hospitalaria. Los pacientes esperan largas horas para consultas rápidas y los médicos trabajan con grandes limitaciones, que les impiden brindar un trato digno. Es decir, luchamos contra una doble deshumanización: la que proviene de los sistemas modernos tecnificados y la que surge de nuestras carencias estructurales. En mi opinión, no todo está perdido. La mercantilización no es un destino inevitable, sino un fenómeno que podemos y debemos revertir. La medicina no puede reducirse a cifras, autorizaciones y monitores de computadoras. Su esencia sigue siendo profundamente humana: aliviar el dolor, acompañar en la enfermedad y recordar al paciente que no está solo. Hoy más que nunca necesitamos rescatar el alma de la medicina. Porque al final, más allá de cirugías, diagnósticos y medicamentos, lo que más sana es sentirse escuchado, comprendido y acompañado. La opinión del autor no coincide necesariamente con la de LatinPress.es fabriziodeluca823@gmail.com Colaboración especial para LatinPress®
Por Fabrizio Reyes De Luca 4 de agosto de 2025
Al leer la obra: "De la democracia en Hispanoamérica", la profunda y muy bien articulada investigación que el jurista y académico español Santiago Muñoz Machado, hace de nuestras constituciones a partir de la Carta Magna de Cádiz de 1812, y del pensamiento político que las ha conformado a lo largo de la historia, no puedo, una vez más, resistir la tentación de imaginarlas como novelescas, fruto de la imaginación febril. No hay escollos para arribar a la isla de Utopía. Ya se está allí. El "no-lugar" es el lugar. Existe tal lugar, está impreso en tinta indeleble, o con pólvora, en los artículos de las Cartas Magnas, como se las llama con pompa retórica. Gobiernos para el bien común, instituciones firmes, división y armonía de poderes, sujeción de los gobernantes a las leyes, respeto a los derechos individuales, libertad de expresión e igualdad ante la justicia. Pero, mientras tanto, se abre una distancia insalvable entre lo que las nuevas constituciones, inspiradas en las ideas de la ilustración mandan, y lo que la realidad establece; el ideal, por un lado, que crea la ilusión del gobernante respetuoso del bien común y de las leyes; y, por el otro, el mundo real donde reina el caudillo sujeto nada más al arbitrio de su voluntad, con lo que todo se convierte en una mentira, alimento de la novela. Como bien dice Muñoz Machado en su libro, las constituciones fueron entelequias utópicas para territorios que no estaban definidos, países que no existían más que en la mente de los criollos y en la cartografía de la colonia, y que tardarían aún en consolidarse como Estados nacionales, o se dispersaron luego en fragmentos territoriales, para dar paso a países más pequeños, metidos entre ellos en guerras y disputas de límites. Fronteras aún sin definir, territorios sin explorar, multitud de lenguas, y unos poderes constituyentes lejanos a esa realidad revuelta donde el poder cambiaba de manos, de un caudillo a otro, entre el estruendo de los cañones y las conspiraciones palaciegas; y frente a la amenaza de la anarquía, los próceres buscaban empuñar el cetro de los emperadores, Simón Bolívar, fue el primero de ellos. O se trataba de “desatar el nudo sin romperlo”, según las palabras de Agustín de Iturbide, al firmar con el último virrey de España, el 24 de agosto de 1821, los Tratados de Córdoba, que daban paso a la independencia de México; librado de obedecer a la constitución de Cádiz, Iturbide se proclamó emperador, con efímera duración. Reinos, imperios, dictaduras cesáreas. La utopía buscaba su rostro libertario y ya no lo encontraba. Posteriormente, el 15 de septiembre de 1821, se había declarado la independencia de Centroamérica, para adelantarse a evitar “las consecuencias que serían terribles, en el caso de que la proclamase, de hecho el mismo pueblo”, según la pasmosa sinceridad de los próceres, expresadas en el acta firmada en Guatemala. El mismo capitán general del gobierno colonial, Gabino Gainza, pasó a ser el presidente de la flamante república federal, muy a lo gatopardo. Y por miedo a la anarquía, no tardaría Centroamérica en adherirse al imperio de Iturbide. Intentamos la modernidad, pero no pudimos apropiarnos de los modelos que se nos proponían, e ran ropajes importados que quisimos cortar a nuestra medida, los mismos que vistieron Voltaire, Rousseau, Montesquieu, Jefferson, Franklin, Paine; y bajo esos ropajes, asomaba la cola del caudillo, que fue al principio un personaje amante de las luces de la ilustración y luego volvió letra muerta la filosofía libertaria, como el doctor Gaspar Rodríguez de Francia, dictador perpetuo del Paraguay. La novela lo seguirá contando. “¿Qué es la historia de América toda sino una crónica de lo real y maravilloso?”, sostuvo el escritor cubano-francés, Alejo Carpentier. El siglo de las luces es una lección sobre las revoluciones malvadas y el fracaso de los ideales, entonces y después. Victor Hughes, el revolucionario, es hijo de Rousseau, pero también hijo de Robespierre; p ara imponer sus ideas libertarias, él mismo trae desde Francia al Caribe la guillotina, enfundada en la cubierta de un barco. Es la modernidad con filo. Guillotinas, y luego paredones de fusilamiento. La utopía a la fuerza, que engendra miedo, corrupción, sumisión, cárcel, exilio y muerte. Seguimos viviendo. Porque también el siglo veinte vio en Hispanoamérica revoluciones malversadas, sueños humanistas que terminaron pervertidos en pesadillas de las que aún no despertamos en el siglo veintiuno. Con una diferencia: la distancia entre el ideal retórico que enaltece la democracia, y el plano de la realidad donde se escarnece, hoy se acorta o desaparece. Nada de distancias, adornos ni disimulos. Las ideas nuevas me encantan, salvo que traten de jubilar las antiguas, como que existe un vínculo entre los estudios y el éxito económico. Charles-Louis de Secondat, el famoso Barón de Montesquieu, autor de la obra: "El espíritu de las leyes", una obra que jamás ha dejado de publicarse, pese a que la primera edición data del año 1748, recomendó algo esencial para salvaguardar las Repúblicas: la separación de poderes. Un adiós a Montesquieu sin sentimentalismo alguno. Desaparecen los poderes del Estado, en equilibrio e independientes entre sí. La opinión del autor no coincide necesariamente con la de LatinPress.es fabriziodeluca823@gmail.com Colaboración especial para LatinPress®
Por Fabrizio Reyes De Luca 24 de junio de 2025
Pienso que la mediocridad es una condición opuesta al mérito, que se abre espacio mediante el atajo y el mínimo esfuerzo. Aunque de entrada no luce atractiva en una organización, suele, en nuestro medio, instalarse en todo el tejido social con facilidad, ya que para el mediocre las reglas no existen, y el cambio de ellas en el juego, es progresivo y accidentado; todo dependerá del momento, la coyuntura y los resquicios que se abran en la dinámica de los procesos internos y externos que les ponen en la mira, oportunidades para los zarpazos. El mediocre está al acecho de las ideas ajenas para plantearlas como propias; intriga para generar confusión y sacar ventaja en situaciones conflictivas. Cuando se plantea “metas” incluye en su catálogo de acciones la traición, la lisonja, la distracción, el engaño y la compra de voluntades. Y, en el marco de esa tónica, hace una exhibición excesiva de lealtad a la causa, al que la lidera o representa, como forma de ganar favores y ocultar sus verdaderas intenciones. En esa lucha, logra desarrollar un fino olfato que suele combinar con una verborrea seductora, a veces, con una calculada prudencia y, siempre, con un servilismo que no llega al empalago, a fin de hacerse imprescindible. El mérito -alcanzado con talento y esfuerzo- y la mediocridad, asisten constantemente a una batalla que desgasta más al que tiene la atribución más noble, pues su camino es más pesado y empinado. El opuesto, se conduce hacia su propósito sin los frenos de la ética profesional, ni pruritos morales. El ascenso individual del mediocre es un descenso cuasi automático de la organización social, porque el mediocre no tiene formación, y como no tiene formación, no puede articular planes ni proyectos, entonces contamina con sus falencias a todo el grupo, dejando aislados los órganos principales, a los que no puede acceder el mérito, a pesar de estar dotado de la instrucción y la formación necesarias para gerenciar con éxito una conglomerado. No nos dejemos sorprender por el engaño, aceptemos la presencia de capitales sucios en el diario accionar económico de las economías mundiales. La justicia es uno de los estamentos que ha sucumbido frente al combate contra el blanqueo de dinero, y su intervención se hace selectivamente con el apoyo de sectores de poder político y empresarial a favor de sus propios intereses, no del interés común de enfrentar al crimen organizado y así lograr la cacareada seguridad ciudadana, que se traduce en paz social. Estamos abocados a convivir con esa economía paralela, sumergida o soterrada, que tiene una presencia indiscutible en los índices económicos de estabilidad financiera de las economías emergentes o en vías de desarrollo, y las grandes economías hegemónicas. Esta es la otra cara de la corrupción compartida. Observemos que el dinero no solo se invierte en los circuitos legales; también se orienta hacia la economía sumergida, la cual supone una gran parte del PIB mundial, mayormente en países subdesarrollados, y un importante 25% de las economías desarrolladas. Al estar introducido en los sistemas legales -léase oficiales-, el dinero sucio es difícil de identificar en esos circuitos contaminados. Preguntamos: ¿Qué pasaría si de pronto desapareciera ese dinero de circulación? Simplemente, el edificio económico y financiero mundial se resentiría o derrumbaría. En consecuencia, deberíamos preocuparnos por los orígenes de este dinero, no por la fase final de la comisión de los delitos que lo generan. El Siglo de la Humillación en China estuvo precedido por el abandono de la meritocracia, pues durante el reinado del joven emperador Tongzhi, su madre Cixí, gobernó por él en calidad de regente, recurriendo a la venta de posiciones en el gobierno, traficando con influencias y favoreciendo a sus amigos, con lo que creó un torbellino de desplazamientos de los individuos, seleccionados sobre la base del mérito y el talento. Al poco tiempo, la dinastía Qing estaba infestada de mediocres e incapaces que debilitaron a China, lo que aprovechó Occidente para poner a la nación milenaria de rodillas. Romper con la estricta tradición de impulsar el mérito para abrirle la puerta a la mediocridad, llevó al gigante asiático a perder su soberanía mediante tratados desiguales, pagos de indemnizaciones y pérdida de parte de sus territorios, como Hong Kong, luego de la primera y segunda guerra del opio. Además, y no fue una cuestión menor, los conflictos internos que estuvieron marcados por traiciones a la patria, impactaron en la integridad del territorio chino. Los mediocres, a veces, hunden proyectos con la complacencia de un liderazgo inseguro que le teme a la sombra del talento, en razón de que no entiende que éste, más que mellar su poder, lo refuerza, porque en la medida que el proyecto muestra fortaleza, en esta misma medida, se traslada a la cabeza visible. Sin embargo, en medio de este miedo, se cuela el mediocre, y la ecuación segura se resume en el éxito de éste, el fracaso del líder y el hundimiento del proyecto colectivo. La opinión del autor no coincide necesariamente con la de LatinPress.es fabriziodeluca823@gmail.com Colaboración especial para LatinPress®
Por Fabrizio Reyes De Luca 27 de mayo de 2025
El filósofo, escritor y cineasta francés, Guy Ernest Debord, en su obra cumbre: "La sociedad del espectáculo" explicó cómo las sociedades modernas, dominadas por la lógica del consumo y la producción, transforman la vida real en una sucesión de imágenes. Lo que antes se vivía de manera directa, hoy se convierte en una representación; la realidad fragmentada se reorganiza en un pseudo-mundo autónomo, hecho para ser contemplado. Según Debord, el espectáculo no es solo una colección de imágenes, sino una relación social mediada por apariencias, donde lo no viviente suplanta lo vivido. Estas reflexiones, lejos de ser abstractas, permiten interpretar fenómenos visibles en nuestro país, donde una ascendente e impactante sociedad de consumo, se expresa en la obsesión por aparentar, en la cultura de las redes, en los discursos vacíos convertidos en espectáculo, en la figura de la "vedette pública": aquella persona que concentra lo visible, pero se presenta despojada de autenticidad. Como advierte Debord, esta figura no representa al individuo, sino su disolución; su función es modelar la obediencia al orden establecido, simulando decisión, éxito y plenitud. Desde esa perspectiva, este autor, enfatizó que el consumo se presenta como libertad, pero homogeniza deseos y acentúa las diferencias. En lugar de fortalecer la conciencia crítica, se ofrece una felicidad uniforme y superficial. Así, en medio de vitrinas repletas, pantallas brillantes y gastos superfluos en lugares exóticos, se ha impuesto una forma de vivir donde lo esencial se diluye. La banalidad encubierta por el brillo de lo nuevo, ha colonizado incluso nuestras formas de pensar y soñar, dejando a muchos atrapados en una existencia de apariencias, sin profundidad alguna ni dirección real. En una era donde lo real parece pasado de moda y "todo se parece, pero nada es", cabe resaltar, la figura de José Alberto Mujica Cordano, que más allá de su fallecimiento, emergió como un símbolo de coherencia y autenticidad. Con un estilo de vida atípico dentro de la clase política latinoamericana, un lenguaje franco y directo sin ser guiado por una asesoría comunicacional, cada palabra y acción lo convirtieron en un ejemplo de coherencia, en un referente a nivel mundial. Sin proponérselo marcó un paradigma sin igual en una época, caracterizada por una generación actual que sigue a los que más tienen, sin importar cuales sean sus valores, Mujica es la antítesis del “aparataje, parafernalia y todo signo de ostentación” que vemos de manera frecuente, una conducta propia de políticos anclados en el pasado, generando el rechazo de los ciudadanos conscientes, deseosos de tener políticos estadistas, que sean como “uno más del pueblo”, no fabricados por el “marketing”. Conocido como “el presidente más humilde del mundo” nunca renunció a sus raíces, viviendo acorde a sus principios, con una fuerte convicción, se erigió como uno de los líderes más queridos del planeta, sin las técnicas propias de la publicidad. En la actualidad, cuando algunos políticos recurren a cualquier tipo de artificio o artimaña para quedar bien ante sus representados, o dominar los algoritmos, Mujica basaba su comunicación centrada en sus valores con sobrada honestidad, no en la búsqueda insaciable del "like" en redes sociales. No necesitaba ninguna escenografía, pues la coherencia era su mensaje. Cada una de sus intervenciones públicas colgadas en el internet y en las redes sociales, son dignas de admirar con poderosos y esperanzadores mensajes de cómo entendía y vivió la vida, los cuales circulan con fuerza y resonarán en la posteridad por su sencillez, y desapego al poder. Rechazó los lujos del poder que tanto seducen a los egos frágiles, cuando fue presidente de la República Oriental del Uruguay, en el período comprendido entre los años 2010 y 2015, para seguir viviendo en un modesto terreno rural su “chacra” rodeado de sus mascotas, y su icónico volkswagen escarabajo convertido en una “leyenda” lo acompañaron hasta su último día, siempre estuvo consciente de que para trascender no tenía que “blindar los cristales de su vehículo”, sino inspirar, predicando con el ejemplo, sin necesidad de abrir la boca. Paradójicamente era un político que no se parecía a los políticos comunes. Su figura nos recuerda que la política no tiene por qué estar condenada a la desconfianza, y que tal vez —solo tal vez— todavía haya espacio para la dignidad en medio del espectáculo. La opinión del autor no coincide necesariamente con la de LatinPress.es fabriziodeluca823@gmail.com Colaboración especial para LatinPress®
Por Fabrizio Reyes De Luca 7 de mayo de 2025
La economía del bien común, sustentada por este sociólogo austríaco, se presenta como un modelo alternativo al capitalismo de Estado que ha hundido a Europa en la crisis económica actual. Felber, plantea una serie de valores medibles: confianza, honestidad, responsabilidad, cooperación, solidaridad, generosidad y compasión, entre otros. Se basa en el principio constitucional que reza: "Toda actividad económica sirve al bien común", recogido por algunas Constituciones modernas. El balance del bien común, se mide sobre la base de cómo una empresa mantiene la dignidad humana, la solidaridad, la justicia social, la sostenibilidad ecológica y la democracia con todos sus defensores. Para los promotores de la economía del bien común, aquellas empresas que les guíen esos principios y valores deben obtener ventajas legales que les permitan sobrevivir al afán de lucro y la competencia capitalistas. Siguiendo estos criterios, se estructura una clasificación de las compañías, que será la que las haga merecedoras de mayores o menores incentivos, para permitir que las empresas más justas sean competitivas frente a aquellas que pasan por encima de reglas y valores, compitiendo de manera desleal, con trabajadores explotados y salarios miserables. El balance económico y la obtención de beneficios monetarios pasarán a un segundo plano. Como complemento a esta economía empresarial, se intentará poner límites superiores e inferiores a lo que sería considerable como ético, por ejemplo, no se consideraría ético un patrimonio personal superior a diez millones de euros, o un salario superior a veinte veces el mínimo o básico. Con estos principios, se pretende poner freno a la desigualdad social, que la seguirá habiendo pero en menor medida. Y aunque les parezca increíble, este modelo ya es una realidad en trescientas cuarenta empresas de cuatro países de Europa, a saber: Alemania, Austria, Italia y Suiza. La valentía con que Christian Felber refuta al actual modelo capitalista, es algo que invita a seguirlo. La economía del bien común tiende a ser una forma de economía de mercado pero en esta polaridad de motivos y objetivos de las compañías, se invierte y se pasa de un modelo que busca la competencia y la maximización de ganancias a una estructura orientada a la búsqueda del bien común, donde el propósito es la satisfacción de la comunidad. Fomentar la confianza, la responsabilidad social, la solidaridad, la cooperación, el apoyo recíproco entre los trabajadores y sus empleadores, son patrones de un comportamiento humano que están muy arraigados en la civilización occidental. Volver a ellos y recordar que existen puede dar luces en la oscuridad de un sistema capitalista de Estado, basado en la usura y la crematística más despiadada contra los seres humanos, en la que han imperado los principios de la depredación y el agotamiento de los recursos naturales. La actual crisis capitalista responde a un derrumbe de la ética, la moral, y la recomposición de estos valores, bien puede ayudarnos a encontrar el camino perdido que, como humanidad, necesitamos retomar. La opinión del autor no coincide necesariamente con la de LatinPress.es fabriziodeluca823@gmail.com Colaboración especial para LatinPress®
Por Fabrizio Reyes De Luca 20 de abril de 2025
Estamos inundados de noticias e imágenes aterradoras que nos narran el sufrimiento humano y, al mismo tiempo, sentimos en nuestro interior un enorme decaimiento al no poder intervenir. Quizás tengamos que fortalecer el corazón, entendernos entre nosotros, para superar la indiferencia y nuestras pretensiones mundanas dominantes, que lo único que hacen es encerrarnos en nuestro entorno, con espíritu egoísta y soplo impasible, llevándonos a un horror inimaginable. Sin duda, la falta de actuación colectiva, nos recuerda que ninguna sociedad es inmune al odio, lo que requiere de todos nosotros un compromiso que frene esta situación desconcertante, que aviva la división continuamente, en lugar de forjar una sensibilidad social y transmitir calor de hogar. Bajo esta situación tenebrosa que sufrimos, todo se desvanece, hasta la misma esperanza existencial. Hoy más que nunca, urge actuar, al menos para cultivar la relación y la corporación social, con el vocablo sensato de un hacer y de un obrar solidario, volcado en entenderse y atenderse mutuamente, previniendo las continuas violaciones de los derechos humanos, exigiendo responsabilidades a los que las incumplen. Seamos justos y claros, para empezar, debe garantizarse el acceso humanitario sin trabas, máxime cuando falla lo esencial, los alimentos y hasta la cobertura sanitaria universal, que se ha estancado en todas las regiones del mundo, mientras crece el ciclo de las desigualdades en materia de salud y educación pública, así como la vorágine de tristeza y soledad que embarga las almas de los más vulnerables. Utilicemos todos los medios diplomáticos, para lograr un alto el fuego y una concordia verdadera. En todo caso, resulta preocupante el cambio de prioridades; y así, en lugar de utilizar los fondos para hacer frente a los urgentes desafíos mundiales como la pobreza y el hambre, se están redirigiendo cada vez más recursos hacia la compra de armamentos y al cierre de fronteras. Sea como fuere, nos hemos globalizado y no podemos permitir que las generaciones actuales y las nuevas pierdan la memoria de lo ocurrido con las hostilidades, retentiva que ha de ser garantía y estímulo para construir un porvenir más armónico y fraterno. Por desgracia, a poco que nos adentramos en los desgarradores testimonios de supervivencia actuales, nos daremos cuenta que el recorrido hacia la reconciliación y la justicia está distante; al mismo tiempo, que las tecnologías digitales están siendo utilizadas como armas para enardecer el rencor, avivar la fragmentación y difundir patrañas. En este sentido, recientemente el secretario general de la ONU, llamaba a la comunidad internacional, a trabajar para frenar esta marea de enemistades, antes de que el descontento mute en un sinfín de brutalidades. Promover y apoyar iniciativas de diálogo, trabajando de forma conjunta y de manera creativa, redescubriéndonos unos a otros de manera cooperante, será un modo sabio de recuperar otro soplo más benigno y menos cruel. El discernimiento nos debe llevar a diferenciar al que se regocija en una posición, y al que deposita su bienestar en el principio de la honestidad, para no sucumbir en las aguas negras de las conquistas deshonrosas. Esta virtud nos hace madurar las decisiones asumiendo la independencia de criterio, para no negociar los principios subordinados al rol de los oportunistas, serviles, aduladores, mercaderes de la opinión pública y recaderos a sueldo. La verdadera independencia de criterio nos hace libres de la arrogancia, diferenciando y corrigiendo nuestras ideas; por el contrario, el inepto es obstinado identificando las cosas, pero no su propia ignorancia. Debemos, pues, independizarnos de los simuladores de saco y corbata, creando una frontera de la que no se escapen ciertos individuos que pululan en el ambiente político y social. El bien es la carrera que Dios le ha trazado al hombre y la felicidad es la meta; la libertad de expresión no puede ser coartada, privando la independencia de criterios. Es necesario, por consiguiente, renacer para ponerse de nuevo en el camino correcto, distanciándonos de las diatribas personales y de las vanidades. Indudablemente, la senda es cuesta arriba, más mística que mundana, lo que requiere esfuerzo, sacrificio y concentración, si en verdad queremos extirpar la inequidad y la injusticia. Este tiempo meditativo por el que ahora transitamos, debe movernos a interrogarnos para buscar, y no evitar, a quien es un desfavorecido del sistema; para llamar, y no ignorar, a quién desea ser oído y recibir unas sinceras palabras de aliento; para acoger, y no abandonar, a quien sufre el aislamiento y el suplicio. Al fin y al cabo, no hay mayor recogimiento que acoger los corazones heridos, de latidos despreciados, actuando de modo que nadie se quede atrás. La opinión del autor no coincide necesariamente con la de LatinPress.es fabriziodeluca823@gmail.com Colaboración especial para LatinPress®
Por Fabrizio Reyes de Luca 27 de marzo de 2025
Vivimos en una época en la que la información está al alcance de un clic, pero la sabiduría parece escasear. Las redes sociales nos bombardean con contenido superficial, la desinformación circula sin control y muchos confunden la fama con el conocimiento, como si ser famoso fuera sinónimo de ser ilustrado, capaz o sabio. Recordemos la frase de Voltaire: "Cuanto más se repite la estupidez, más adquiere la apariencia de sabiduría". Ante esta realidad, las ideas del humanista Erasmo de Rotterdam (1466-1536), siguen siendo más relevantes que nunca. Su mensaje es para intelectuales, historiadores y todos aquellos que desean comprender el mundo y actuar con criterio propio. Erasmo fue un pensador que desafió las normas de su tiempo. En su obra: "Elogio de la locura" criticó la hipocresía de quienes se creen sabios solo porque ostentan títulos o porque siguen ciegamente lo que otros dicen, sin cuestionar nada. Para él, la verdadera sabiduría no era acumular datos, ni repetir lo que otro había afirmado, sino desarrollar el pensamiento crítico y distinguir entre la verdad y la manipulación. Hoy, en Ecuador, enfrentamos desafíos similares a los que preocupaban a Erasmo hace más de 500 años. Vemos cómo muchos confían más en rumores que en la razón y cómo la falta de educación crítica, perpetúa ciclos de pobreza y desigualdad. La pregunta es: ¿qué podemos hacer, sobre todo con los jóvenes, para cambiar esta realidad? Erasmo de Rotterdam entendía que el conocimiento es poder, pero también responsabilidad. En su obra: "La educación del príncipe cristiano" un libro en el que aconsejaba a los futuros gobernantes, explicaba que un líder ignorante puede destruir una nación, mientras que uno bien educado puede transformarla para bien. Esta enseñanza no solo aplica a los políticos, sino a todos los ciudadanos. Cada joven que se esfuerza por aprender y por pensar con independencia, se convierte en un agente de cambio en su comunidad. El problema en nuestro país no es la falta de talento o capacidad, sino la falta de estímulo para que los jóvenes descubran su potencial. Muchas veces se nos enseña a obedecer sin cuestionar, a conformarnos con lo que hay, en lugar de aspirar a más. Este filósofo humanista, nos recuerda que la verdadera sabiduría nace de la curiosidad y del inconformismo positivo, de hacerse preguntas y buscar respuestas más allá de lo superficial. Hoy, necesitamos imperiosamente, jóvenes que se atrevan a pensar, a leer, a cuestionar lo que no tiene sentido y a no dejarse llevar por las apariencias. La sabiduría no es solamente para académicos; es para cualquiera que quiera tomar mejores decisiones en su vida. Nadie te puede quitar el derecho a aprender. Leer un libro, investigar, formarte en lo que te apasiona; todo eso te da una ventaja que nadie podrá arrebatarte. No te conformes con la ignorancia disfrazada de entretenimiento, ni con la mediocridad disfrazada de éxito. En la actualidad, es crucial que los jóvenes aprendan a diferenciar entre lo esencial y lo superficial. No se trata de saberlo todo, sino de desarrollar la capacidad de discernir, de no dejarse engañar por discursos vacíos. Nuestro país necesita mentes despiertas, jóvenes que se atrevan a ser diferentes, a formarse y a liderar con conocimiento. Si queremos un mejor país, el cambio empieza por cada uno de nosotros. El poder del conocimiento en la transformación social, será el camino a recorrer. La pregunta final, es: ¿te conformarás con lo que otros quieren que pienses o decidirás buscar tu propia sabiduría? La opinión del autor no coincide necesariamente con la de LatinPress.es fabriziodeluca823@gmail.com Colaboración especial para LatinPress®
Por Fabrizio Reyes De Luca 25 de febrero de 2025
Intentar defender los intereses de nuestra nación, cumpliendo con el propósito de ser ojos, voz y luz, obliga necesariamente a fijar posiciones frente a las decisiones gubernamentales, que se van tomando en el día a día. La inversión de los papeles en nuestra vida cotidiana y el sistema establecido, han hecho que el pueblo sea para las políticas públicas y no que las políticas públicas sean del pueblo, por y para el pueblo. Sustituir el beneficiar al país y sus ciudadanos con políticas públicas, por beneficiarse personalmente a la vez de que beneficiamos a nuestros allegados, se ha convertido en la norma y por eso los grandes despropósitos y burlas que desde el sector público, se han hecho contra la nación ecuatoriana. Pero como contrapartida a estos enfoques “pro lo que sea, por ser parte del reparto del botín”, a tener la etiqueta de fiel opositor, están los que pertenecen realmente a una parcela política, que se dedican a hacer la contra de todo lo que se hace, porque hay que hacer oposición. También está el papel del periodista o de la prensa que siempre está encima de todo el accionar público, y pone de relieve tanto lo bueno como lo malo en una gestión de gobierno. De ahí la estrategia implementada, de alquilar los medios para su beneficio, es decir, para minimizar los impactos de las malas prácticas y maximizar los eventos que puedan hablar bien de la gestión gubernamental. Una manipulación descarada criticada por todos los ecuatorianos sensatos. Existe una línea muy fina entre los que se oponen porque son oposición, y los que se oponen porque desean beneficiar a nuestra nación. Estos últimos, son capaces de enfocar los problemas, sin pensar en banderías políticas y saben colocar los puntos sobre las íes, sin importar a quien le sirva el sombrero. En el fondo de toda esta temática, está el combate a la manipulación de la verdad, el poner en blanco y negro el acontecer nacional, y en dejar de lado las malas prácticas de nuestra desgastada partidocracia, aunque sean las mismas utilizadas en otras partes del mundo. Latinoamérica ha estado presa precisamente de los malos gobiernos, que se han ocupado de devastarla. La pillería de cuello blanco, la corrupción, el aprovechamiento de los poderes públicos, para el enriquecimiento ilícito y la creación de mafias han sido una constante. Hacer crecer el nido de víboras en Estado Nación, llegó a ser la norma y de forma triste, el pueblo ecuatoriano también compite por los primeros lugares en corrupción, a nivel global. Pero siempre fue así, ¿porque lo quieres cambiar?, sigue el ejemplo de los demás, no seas tonto, "estás tirándole piedras a la luna", me decía un dilecto amigo. Las veces que nuestra nación ha intentado hacer un alto en el camino, fueron y son nuevas manipulaciones de la conciencia nacional, con más promesas incumplidas, repitiéndose el círculo vicioso hasta el infinito. La capacidad corrupta que muchos han desarrollado, nos hace pensar exclusivamente en el beneficio personal de los que pululan en el poder político, aunque sabemos que estamos sumando más deterioro a nuestra nación, como conglomerado social. Basados en esta norma que casi siempre es acompañada por la célebre frase: "ahora me toca a mí", y el apoyo de los siempre aduladores que vociferan: “no seas tonto aprovéchate”, hemos desarrollado el prototipo de un arquetipo mental compartido culturalmente, por gran parte de la población del Ecuador. Luego nos damos cuenta que la cosa sigue mal, pero ¿qué importa si ya resolví lo mío?, “el que venga atrás que arree”. Y ahora cerramos el círculo con las delaciones premiadas, hasta hemos convertido el delito de cuello blanco en un delito mimado por el sistema, legalizado y deseable. Tremendo modelaje de inconductas. Intentar favorecer la verdad, lo correcto, lo ético, lo moral, lo justo, lo noble, lo bueno, como dice el consejo de Filipenses: "en eso pensad"; convierte necesariamente a los que se atreven a intentarlo, en un opositor fiel y eterno de las malas prácticas y de los que las utilizan. Procurar influir en los demás para el bien, implica establecer una línea divisoria entre lo correcto e incorrecto. Cuando hacemos esta distinción, se van separando de forma automática la luz de las tinieblas y quedando en claro, quienes son nuestros verdaderos enemigos, es decir, los auténticos enemigos del país. Hacer lo correcto implica apegarnos a principios y valores que adornan la moral y la ética en el quehacer público y privado, no para servir de trompetas mentirosas, que intentan soslayar lo evidente, con discursos falaces y medios alquilados para la mentira, sino con la sagrada verdad. Lo que está mal, lo que destruye el país, lo que atenta contra la soberanía sagrada del pueblo ecuatoriano, lo que hace a la familia ecuatoriana más pobre y la lleva a una peor calidad de vida, eso invita al combate sin cuartel, sin importar quién sea el gobernante. Por eso, es imposible callar o disfrazarse de ser cuadro político y luego intentar luchar por el bien, la justicia y la verdad. Ser militante de valores y principios, inhabilita de manera casi automática, el ser cuadro de un partido político en la República del Ecuador. La pragmática y dogmática política permea a todos los partidos sin excepción, llevan a una dialéctica mentirosa y poco meritoria, pues su único propósito es lograr el fin, que no ha sido el bien, y todo a cualquier precio. Las elecciones generales celebradas el domingo 9 de febrero de 2025, fueron muy interesantes. Porque algunos sangramos por la herida y otros que ya hemos definido una zona de confort, hace rato que nos olvidamos de luchar por un país mejor, y con todo nuestro derecho, nos quedamos contemplando el desastre, y solapadamente, nos aprovechamos del reparto de los nuevos actores del sistema. La partidocracia ecuatoriana y el sistema que la sostiene, están viciados y minados de mil artimañas, que no tienen nada que ver con llevar al país a un mejor porvenir. Las posturas de los partidos de oposición lucen tener precio aparente, cediendo por emolumentos tentadores, su pensamiento crítico y sus luchas aparentes en beneficio de nuestra nación. Los mismos novatos que lo han intentado más recientemente, se han convertido rápidamente en estrellas fugaces, que con un solo cruce estelar, ya han dejado de brillar, pues lo que en apariencia eran luces, han quedado develados como más oscuridad. Otros pensadores se acogen al mismo refuerzo Platónico, indicando que los buenos deben participar en política, para que los malos no sean los que lleven la voz cantante. En nuestra nación, los malos que al parecer están en todas las cúpulas políticas del sistema democrático, se han encargado de alejar cada vez más, a gente valiosa, porque proyectan el pecado mortal de tener un pensamiento crítico. De esta forma no serían jamás piedras en el camino, de los que tienen el firme propósito de llegar al poder, para beneficiarse y no para beneficiar a la nación. Intentar ser ojos, ser voz y ser luz, tiene un precio que puede significar el ostracismo. Esta misión nos permite decir en voz alta: la historia la cuento yo. Y con ello dejar un legado en papeles viejos del acontecer nacional. La práctica política ecuatoriana ha develado en la historia reciente, grandes falsedades y muchos farsantes. La mayoría, luego de una caminata sostenida, entusiasta y con un discurso en apariencia fundamentado en principios. Los más prestigiosos, cedieron a la tentación de lo material, claudicaron y han favorecido tranquilamente su beneficio personal, a cambio de su silencio inmoral. Figuras importantes, de relieve y de gran impacto nacional, han quedado como entelequias intelectuales, calladas por la oferta material, cayendo como ídolos falsos del altar. Todavía quedan algunos que pululan y baten sus alas de maldad sobre la conciencia nacional, pues alguien debe liderar la misión infernal, y mientras se enriquecen, intentan callar la verdad con injusticias. Mostramos una sociedad que pretende estar enriquecida en lo material, aunque empobrecida en lo moral y en lo ético, potencialmente nos han convertido en "sepulcros blanqueados"; donde el que menos corre, vuela, y donde el tener es más importante que el ser. Cuando empujamos el caballo para que camine por las rutas del bien, nos hace confrontar con la verdad al cuatrero de turno, y por ello se muestra la etiqueta, que estamos orgullosos de portar. Pues, significa que habremos cumplido con la misión sagrada de intentar ejercer un liderazgo para el bien. La opinión del autor no coincide necesariamente con la de LatinPress.es fabriziodeluca823@gmail.com Colaboración especial para LatinPress®
Por Fabrizio Reyes De Luca 28 de enero de 2025
Vivimos en una sociedad en la que el lenguaje está tomando un fuerte componente de agresividad. Con mucha frecuencia, los insultos y los ataques entre las personas y los grupos políticos, provocan profundas heridas en la convivencia social. La teoría indica que cuando enfocamos nuestra mente en algo, y a esto le agregamos el sentimiento y la emoción para expresarlo, estamos exteriorizando y materializando un poder que afectará positivamente nuestro entorno. Las palabras son capaces de crear y sanar pero también destruir. Los seres humanos que practican el bien, tienen la habilidad de ayudar a sus amigos y ser solidarios con ellos. No temen mostrarse vulnerables, porque creen en su singularidad y están orgullosos de ser los que son. No dicen todo lo que saben, aprecian a los demás por lo que hacen; no son avaros ni envidiosos, actúan con serenidad y altivez; no hacen chismes de los comentarios que escuchan, saben callar y no se meten en lo ajeno. Aman y protegen a sus familias. En la prosperidad no se envanecen, y la desgracia no los doblega, porque confían en sus talentos, cualquiera sea su ideología o la creencia religiosa que tengan. Si cada uno de nosotros estuviésemos conscientes de que la energía liberada en cada palabra, afecta no solo a quien se la dirigimos sino también a nosotros mismos y al mundo que nos rodea, empezaríamos a cuidar más lo que expresamos a los demás. El lenguaje decadente está siendo utilizado cotidianamente entre nosotros. Este lenguaje suele expresarse en tres vertientes muy peligrosas para la paz social. La primera es la violencia verbal. Por la cual en el hablar, manifestamos la ira que habita en nuestro interior. Cuando esto ocurre, de nuestra boca salen palabras hirientes que humillan, injurian y desprecian a las personas. Cabe preguntarnos: ¿Por qué está tan extendido este lenguaje lleno de insultos? Generalmente, este comportamiento tiene su origen en el rechazo, la venganza, la antipatía, la envidia o también puede derivar de la inconsciencia. La maledicencia es otro rasgo negativo del lenguaje de mal gusto que usamos para referirnos a los demás. Muchas de nuestras conversaciones están cargadas de palabras que reparten condenas, siembran desconfianza, irrespeto y multiplican las sospechas. Son palabras que nacen de nuestra mediocridad y que no alientan ni construyen la armonía, sino por el contrario, crean ambientes muy negativos. Y una tercera vertiente de nuestras manifestaciones del lenguaje decadente, es la vulgaridad. ¡Cuántas expresiones groseras proferimos y escuchamos en cualquier ambiente! Desgraciadamente, no está de moda el lenguaje amable y de palabras educadas, parece que más impacta la chabacanería. Este fenómeno de convertir el lenguaje en un arma destructora, puede producirse en la familia o con los amigos, en los medios de comunicación, en la política, en las reuniones sociales, en las escuelas y colegios, en el deporte y hasta en el ambiente laboral. Ante esto, es necesario el "desarme de la palabra". Las armas no son solo los revólveres, los cuchillos o las bombas. Hay muchas formas de agredir, y una de ellas es con la palabra. Este tipo de desarme, es necesario que lo practiquemos todos. Este desarme ha de producirse rompiendo el individualismo y el desmesurado afán en la búsqueda de la eficacia y del éxito que arropan a nuestra sociedad. El desarme de la palabra se concreta, cuando cultivamos en nosotros la paciencia, el respeto, la discreción, la prudencia, la honradez y el sentido del deber. Ernesto Sábato, sostuvo: "Dentro de la bondad se esconden todas las formas de la sabiduría. Podemos afirmar sin ambages, que un Estado suele ser mejor gobernado por una persona buena, que simplemente por buenas leyes". El maestro Confucio, predicaba: "La bondad es el clima donde se desenvuelven todos los derechos humanos. Es cierto que no todas las personas pueden ser muy inteligentes, grandes e importantes pero todas pueden ser buenas". Para ser consecuentes, procuremos ser pacientes y humildes; hagamos algo por el bienestar de nuestros congéneres, concedamos la razón cuando la tienen; debemos reconocer nuestros errores y limitaciones; no nos creamos sabios ni poderosos; no humillemos ni acusemos a otros, por nuestros errores. No subestimemos ni censuremos la moral ajena. No nos conformemos con alabar y ponderar a las personas buenas, resulta mejor imitarlas y tratar de ser como ellas. La mejor manera de enfrentar al mal, consiste en practicar el bien. Procuremos no vencer la malicia con más maldad o con propósitos de venganza, sino con acciones bondadosas. El bien y la bondad, nos permiten superar las contrariedades de la vida y convertirlas en parabienes. Donde se encuentra una buena persona, nace y florece la esperanza, madura la empatía hacia los demás y se enciende la lámpara de la fraternidad. En consecuencia, hagamos del lenguaje un gran vehículo de comprensión, de comunicación, de cordialidad y, fundamentalmente de paz social. La opinión del autor no coincide necesariamente con la de LatinPress.es fabriziodeluca823@gmail.com Colaboración especial para LatinPress®
Por Fabrizio Reyes De Luca 6 de enero de 2025
Ciertamente, Ecuador enfrenta una preocupante degradación del imperio de la ley, las normas y los valores morales. Hace casi 11 años, he venido denunciando lo que todos hemos observado desde los albores de la década de los noventa del siglo pasado: un deterioro progresivo de los valores humanos fundamentales, que deben inspirar el desempeño de una colectividad decente, con deriva hacia sus contrarios, es decir, transitando por el camino de un aumento de los antivalores. Pero, ¿es esta penosa situación privativa de nuestro país? No, en modo alguno. Y para muestra, cito una reflexión válida para estos tiempos: “Se ha creado un clima de desconfianza, recelo y competencia a degüello. Y en él, las semillas del espíritu colectivo y la ayuda mutua se asfixian, se marchitan y decaen” (Sygmunt Bauman). Lo anterior nos indica que, en todas las latitudes, hay personas muy preocupadas por el déficit que acusa la democracia actual como sistema político y el peligro que se cierne sobre ella, amenazando con hacer colapsar el sistema de partidos que la sostiene. Y más aún, que muchos pensadores se están ocupando del tema, al tiempo de hacer propuestas alternativas que propicien un debilitamiento de lo que a la filósofa política estadounidense Nancy Fraser, se le ha ocurrido identificar con el oxímoron “neoliberalismo progresista”, y por qué no, del naciente “populismo reaccionario”. Uno y otro constituyen un retroceso para que las comunidades rescaten esa armonía de propósitos nobles, que dan sentido a la democracia constitucional. En nuestro país, ese déficit de democracia nos sorprende cuando para nosotros apenas si constituye un ensayo, hasta la fecha frecuentemente interferido por la ineptitud de muchos que, por no encontrar otros espacios dónde ir a parasitar, se cobijan en la política y el Estado; y, hasta terminan siendo apreciados por los tontos útiles no solo como “avezados políticos”, sino también como nobles seres humanos y filántropos, cuando realmente son promotores del sistema político de la mendicidad, que provee el dinero de la receta, la urna para el fallecido y la ambulancia para trasladar a los pobres, cuando su salud se agrava. En la posmodernidad de figuras prefabricadas, algunos políticos y periodistas ecuatorianos, piensan que en el mundo solo brillan dos colores que se odian, invaden y destruyen. Ambos colores, turbios y mezclados ignoran lo que dijo en 1918, el célebre humanista y Premio Nobel de Literatura, Rabindranath Tagore, padre del nacionalismo en la India, aunque la frase suene un poco pesimista, señalaba: "...La historia ha llegado a un punto en el que el hombre moral, el hombre íntegro, está cediendo cada vez más espacio, casi sin saberlo (…) al hombre comercial, el hombre limitado a un solo fin. Este proceso, asistido por las maravillas del avance científico, está alcanzando proporciones gigantescas, con un poder inmenso lo que causa el desequilibrio moral del hombre y oscurece su costado más humano..." (Nacionalismo, 1917). Si bien la filosofía y la literatura han cambiado a la gente en su forma de pensar, es cierto que una especie de esclavitud se cierne sobre el hombre que ha desechado las asignaturas humanísticas de la gran mayoría de las carreras universitarias. Las profesiones de humanidades modernas carecen de ingresos mercuriales. Asignaturas como el derecho, religión, geografía, ciencias naturales, historia, filosofía, arte, dramaturgia y música, desde perspectivas históricas, parecen resistirse ante el poder de las autoridades académicas de hoy, empeñadas en dar a conocer el disparate de vivir con un calcetín agujereado dentro del cerebro. Nuestro reto es educar para mejorar el sentido selectivo de nuestra representación, que ese intento de hacernos ver el mundo a través de una sola perspectiva, es el responsable de ignorar que muchas democracias carecen de riqueza intelectual. Esto permite que un ser humano se sienta inferior ante sus pares, resignados a una vida irreflexiva. Toda democracia de ciudadanos carentes de empatía, engendrará de forma inevitable más formas de estigmatización y marginalidad, lo que agrandará sus problemas sociales, en vez de resolverlos. En otro de sus célebres ensayos, el escritor de origen hindú, aseguró que “al hacer uso de las posesiones materiales, el hombre debe tener cuidado de protegerse ante la tiranía de ellas. Si su debilidad lo empequeñece hasta poder ajustarse al tamaño de su disfraz exterior, entonces comienza un proceso de suicidio gradual por encogimiento”. Vivimos una crisis de proporciones gigantescas, a nivel mundial. Esto no es una nota de propaganda electoral, ni una alusión en busca de simpatías o intereses. Si no hay humanismo, no hay ni habrá democracia. La idea de que la educación siga influyendo de manera negativa en que el desarrollo económico, se traduzca en una mejor calidad de vida, es dislocada y con falta del más mínimo indicio de ética, en quienes la promueven. Debo afirmar que en mi propia experiencia, tuve maestros que no trataron de lavarme el cerebro con ideas absurdas, más bien, me enseñaron que el mundo no es solo un manantial de apariencias, sino un conglomerado de seres pensantes, que debemos rescatar. Hoy, se insiste en este plan educativo pernicioso para la democracia, porque no existen suficientes argumentos de que las humanidades constituyen los cimientos de una auténtica ciudadanía universal. Y los países que continúen descuidándolas, corren un inevitable peligro. La opinión del autor no coincide necesariamente con la de LatinPress.es fabriziodeluca823@gmail.com Colaboración especial para LatinPress®
Por Fabrizio Reyes De Luca 20 de diciembre de 2024
El descuido del ser humano por la sociedad de la posmodernidad ha conducido a un resquebrajamiento de su conciencia moral. Asimismo, el abandono de la fe ha llevado a muchos, a una especie de “liberación” frente a los imperativos morales. No se trata de rechazo de una norma concreta o de otra, sino de un auténtico “vaciamiento ético”. Sin lugar a duda, los buenos hábitos morales refuerzan la capacidad de juzgar razonablemente. En cambio, cuando éstos faltan, resulta más fácil que se extravíe la razón, generando “ciudadanos sin conciencia ni moral". En los últimos años, ha surgido un modo puramente subjetivo de posicionarse ante lo moral. Incluso, hay quienes evalúan todo código moral como una imposición que atenta contra la libertad personal. Por otra parte, también es cierto que se actúa como “por inercia” y que grupos importantes de la sociedad viven en una cultura moral de otros tiempos. Por ejemplo, seguimos hablando de amor, de justicia, de verdad, de respeto al otro y de solidaridad con los demás, pero no practicamos lo que predicamos. Pero tales palabras han perdido fuerza. Paulatinamente, los grandes valores éticos están siendo sustituidos por los intereses personales. A la hora de la verdad, lo que cuenta es el propio provecho y el placer personal. Así, ese “vacío ético” comienza a manifestarse en la sociedad, a través de una ciencia económica “sin conciencia” que termina generando desempleo y pobreza entre los más desposeídos. La corrupción crece en la medida en que otros intereses suplantan la vocación de servicio a la que están llamados, por ejemplo, los políticos, que deberían estar orientados al bien común. De igual manera, la permisividad absoluta en lo sexual y la escasa valoración de la fidelidad conyugal, acarrea cada vez más sufrimiento a las parejas, a los hijos y a los hogares. Pero más aún, los medios de comunicación se han convertido en poderosos mecanismos al servicio del dinero y de la mentira. Definitivamente, se han rebasado los límites. Todo se compra y se vende. Incluso, los dolores más secretos y las emociones más íntimas. A raíz de todo esto, se ha comenzado a deformar la conciencia colectiva. Definitivamente, no podemos continuar por este camino. Los daños que se están cometiendo contra el individuo y su dignidad, son muy graves. La ausencia de moral en la sociedad conduce a la destrucción de la humanidad. Hay que pensar más en los demás. Un país no puede institucionalizar la corrupción y sustituir los principios morales por la simulación. La justicia tiene que constituirse en la piedra angular para transparentar el ejercicio del poder. Necesitamos un sistema judicial que no discrimine al pobre y que castigue por igual, al desposeído y al rico que infrinjan la ley. No se debe negociar la impunidad para nadie. La justicia no está haciendo su trabajo y, además, está parcializada. Hay que comenzar a implementar y a vivir un sistema de valores éticos, asumidos personal y socialmente. La sociedad tiene que encaminarse a ser más solidaria, justa y compasiva. En el pasado, los ecuatorianos fuimos inducidos y sometidos a un proceso de degradación moral y ética, que afectó principalmente a la juventud, que debe convertirse en la reserva de nuestra nación. La democracia no debe ser una instancia para alcanzar el poder con los recursos que han sido sustraídos al pueblo, que no percibe la solución a sus necesidades básicas, pese al sacrificio tributario que tiene que asumir. El camino asumido es contrario a la verdad, al buen ser y buen hacer. Necesitamos más luz en la conciencia humana, para redescubrir la importancia de los valores éticos y recuperar colectivamente el comportamiento moral, así como también, la verdad última del ser humano. Tenemos que avanzar hacia un mejor porvenir y no pensar que los actores políticos del pasado tienen la solución de una crisis moral que ellos mismos provocaron, por su avaricia. La clase media tiene que empoderarse, porque a ella se sobrecarga de impuestos para solventar un presupuesto nacional, que deberá ser transparentado en su ejecución. De ahí que la equidad tiene que empezar con el sometimiento a los órganos del poder judicial, de aquellos que no puedan justificar su enriquecimiento. Estos señalamientos deben obedecer a la convicción de un credo que nos dé una filosofía, en la cual encontremos la ética en nuestras acciones. Hemos de convencernos que aquel a quien esperamos, ha sido enviado por Dios “para ser testigo de la verdad”. Y, quien es de la verdad, escucha su voz con prontitud y celebra la Navidad. La opinión del autor no coincide necesariamente con la de LatinPress.es fabriziodeluca823@gmail.com Colaboración especial para LatinPress®
Por Fabrizio Reyes De Luca 5 de noviembre de 2024
Los principales actores de nuestro sistema democrático están poniendo en práctica un peligroso juego relativista en lo moral, en la interpretación de las normas jurídicas, en las explicaciones debidas a la población acerca de su proceder y, en fin, en todo cuanto por su naturaleza está expuesto al control social. Pero lo peor de todo es que tal conducta es tan contagiosa que ya, hasta los considerados por el pueblo como los más calificados para hacer de manera firme ese control social, parecen habernos contagiado de la inopia moral. En cada opinión, docta o indocta, cabe ponernos a recaudo del engaño que pueda venir envuelto en las buenas intenciones del acerbo crítico. En una sociedad donde los ideales se negocian, la lealtad se traiciona y el saqueo de los recursos del Estado justifican su ejecución; la inconducta está sustentada por voces mediatizadas que carecen de dignidad. Se trata de exponentes de denuncias pagadas y difamaciones compradas, usando corbatas finas que sirven como baberos de expresiones aduladoras e incondicionales de servilismo hacia los poderes de turno, hasta llegar a etiquetarse probos de la incapacidad, fungiendo como mercaderes de la información clasificada. Las redes sociales, por ejemplo, están inundadas de opiniones que van desde verdaderos galimatías hasta los bien hilvanados conceptos teóricos sobre los temas más relevantes de la agenda pública. Pero, insisto, de todos, cabe preguntar: ¿cuál es ese discurso creíble? Por desgracia, hoy, ninguno. Porque detrás de muchos discursos -y en este caso hay que resaltar de manera preponderante los discursos de los famosos líderes de opinión- puede haber escondido un acto veleidoso de un ente promiscuo conceptualmente, de un velero empujado por el viento del dinero. Estamos construyendo una sociedad charlatana, en la que muchos de sus principales hombres y mujeres no reparan en lo que se pueda pensar de ellos. Lo que cuenta es armar el escenario adecuado, para que las cosas salgan a su antojo. Andan descaradamente en una actitud envidiosa, indexando todo a la medida de sus ambiciones, o las de quien los compra: lo que haya que cambiarle a la ley, para acomodarla a sus intereses, que se le cambie. Y, como vamos, hasta la democracia también la podremos cambiar, y hacer una nueva, constituida de nuestros desaciertos. Es la nueva forma de hacer Patria sin país, sin la veracidad de los hechos que nos hacen libres, rechazando la expresión de la esclavitud que representa la mediatización que ahoga los principios y condicionan el bien común, en favor de la toma de decisiones privilegiadas de minorías. La simulación es el arma efectiva que enmascara la realidad de la falta de equidad. El propósito es otorgar las oportunidades a los timadores y a los comprometidos con la impunidad. El compromiso es ineludible, apoyando un nuevo liderazgo capaz de concertar un capital social moral que represente un mejor futuro para la sociedad ecuatoriana. “La política no es una especulación, es la ciencia más pura y digna después de la filosofía, para así ocupar las inteligencias nobles”. Caminemos juntos por la educación para rescatar nuestra cultura, y con ella, apreciar nuestro verdadero valor como nación. Todo este escenario invita a preguntarnos: ¿Hasta cuándo y hasta dónde? ¿Cómo vamos a retomar el camino de lo ético, cómo vamos a recuperar esa credibilidad perdida merced a la práctica del "sálvese quien pueda"?. Los temas más recientes batidos en nuestra coctelera política son la mejor muestra de que estamos cautivos en una odiosa babel que acrecienta nuestra crisis de confianza: en cada situación surge el ruido caótico de las divergencias que buscan, todas, el famoso “báratro”, la idea luminosa, sin distinguir entre medios correctos e incorrectos, sin reparar en el daño que estamos haciendo a nuestra institucionalidad democrática. La opinión del autor no coincide necesariamente con la de LatinPress.es fabriziodeluca823@gmail.com Colaboración especial para LatinPress®
Por Fabrizio Reyes De Luca 11 de octubre de 2024
Siempre recuerdo la anécdota que bien ilustraba el recordado escritor estadounidense Stephen Richards Covey, cuando deseaba insistir en la fortaleza de los principios y lo comparaba con un faro. Porque los principios juegan un papel importante de iluminar, para ayudar a las embarcaciones llegar a buen puerto. Un papel similar juega la brújula que nos ayuda en el camino cuando pretendemos seguir alguna ruta y deseamos estar bien orientados. O un mapa bien elaborado, que nos indique los caminos, para que podamos llegar a nuestro destino. Sin embargo, la analogía con el faro luce ser superior, pues se correlaciona con la luz, con iluminar esas sendas, con recuerdos que independientemente de nuestros planes, existen leyes de la vida que son inviolables, pues estas persisten a pesar de nosotros y de nuestros atajos, maldades y manipulaciones. Es que no se puede esconder una lámpara debajo de una mesa, se la coloca encima para que nos pueda iluminar. Y la luz de la verdad ilumina siempre y tan fuerte, que no pueden coexistir las tinieblas, las sombras ni la oscuridad con esa estrella, que brilla con luz propia. No obstante, la maldad del hombre siempre hace de las suyas y a lo largo del camino crea hábitos nocivos para sí mismos y para los demás, pero a su vez siembra una semilla del mal, para el día de la ira. Lo que sembramos, lo cosechamos, a pesar de que elijamos mirar hacia otro lado. El hecho de que no miremos o no nos demos cuenta de la cosecha, no significa que no existe. El hecho de que ignoremos su brillo, no significa que la estrella no tiene luz propia. Esto nos recuerda la clara advertencia que hace el profeta Isaías y que persigue los corazones retorcidos en toda la humanidad y los tiempos: "¡Ay de los que a lo malo dicen bueno, y a lo bueno malo; que hacen de la luz tinieblas, y de las tinieblas luz; que ponen lo amargo por dulce, y lo dulce por amargo! ¡Ay de los sabios en sus propios ojos, y de los que son prudentes delante de sí mismos! ¡Ay de los que son valientes para beber vino, y hombres fuertes para mezclar bebida; los que justifican al impío mediante cohecho, y al justo quitan su derecho!" (Isaías 5, 20-23). Y esa advertencia, si la acompañamos con lo que indica San Pablo en Romanos 1, nos explica claramente, que tendremos que recoger nuestra cosecha y pagar el precio por lo que sembramos. Si nos detenemos a entender la ruta que la humanidad ha tomado, en total desvarío y contradicción a la propuesta divina, resulta fácil entender, que el problema no es el faro ni la brújula, tampoco el barco. Sino la maldad del hombre, sobre todo los que siembran el mal, para beneficiarse de todo mientras pueden. Y para ello distorsionan los principios, los valores, las leyes, los sistemas y obligan de una forma infernal pero legal a los demás, a participar en sus corruptas andanzas. Pero Dios es bueno y representa la Verdad pero vamos a los rituales o cultos religiosos, a cumplir con hipocresía política, nos damos golpes en el pecho, buscamos los votos de los fieles borregos, y no dejamos de arrodillarnos en público, ni de rezar un padre nuestro. Así son todos los falsos líderes, que ejercen la política en nuestro país. Solo es cuestión de tiempo, para que todos hagan lo mismo. ¿Y qué se puede esperar de gobiernos cuyos funcionarios surgen precisamente de estos pensamientos anti faro? Y ¿cómo se puede desviar el corazón y el camino del hombre, cuando nunca ha estado en la ruta correcta? Es que para caer, necesitamos estar en un lugar más alto, y eso que podría verse como un lugar más alto, no podría evaluarse por la capacidad de consumir y de enriquecerse ilícitamente, sino por la verdad, el amor y la justicia que deben iluminar nuestros corazones. Pero es que el árbol malo, no puede dar fruto bueno. No puedes esperar cosas buenas de un corazón perverso. Entonces queremos situarnos en la educación de nuestros hijos, pero se nos olvida, que no existe una educación más impactante y marcadora en la vida de una persona, que el ejemplo recibido de sus padres. ¡Ahí no vale la retórica ni los discursos baratos! Decirle a un hijo que no fume cuando eres fumador, o que no robe cuando eres un ladrón, que no beba, cuando eres un ebrio consuetudinario, nos resta toda la calidad moral y provoca una confrontación irritante pero merecida. ¿Qué podría enseñar un experto estafador a sus hijos, para combatir la violencia y las bandas, para que sean ciudadanos ejemplares, cuando ellos mismos saben que sus padres son parte del crimen organizado? ¿Qué podría enseñar un sacerdote para guiar correctamente a la juventud y a los niños, si Lucifer instruye a sus huestes, para que se bendigan los matrimonios homosexuales? ¿Qué podría enseñar un pastor a su congregación, sobre la ética, la corrupción y la delincuencia de cuello blanco, si su ministerio ha crecido y se ha convertido en una mega iglesia, precisamente por recibir dinero del lavado? ¿Qué podría enseñar a sus hijos ese almirante, capitán, mayor, coronel o general, que se ha enriquecido de una forma contundente? ¿Qué podría enseñar ese funcionario ya suspendido, por habérsele detectado algún ilícito en el manejo de los recursos públicos? ¿Qué buen ejemplo podría dar un líder de opinión a sus hijos, si se ha hecho compromisario por dinero, de ocultar los hechos realmente importantes, para sustituirlos con distracciones y manipular la conciencia nacional? ¿Cómo podemos volver a resetear la cultura, los valores y los principios correctos en una sociedad que se ha convertido en una jungla, donde el dinero lo puede todo y donde se premian abiertamente las incorrecciones? Si seguimos hurgando encontraremos miles de ejemplos más que tipifican al monstruo que hemos construido y que obligará a una nueva restauración de nuestra República. Como vemos el problema no es el faro o la brújula, ni siquiera el barco, aunque éste influye bastante, pues si te embarcas en ese barco será inevitable que huelas a sudor de ratón. En Ecuador, hace rato que hemos sembrado ira, para el día de la ira. Y esa ira se verá pronto, pues el mismo pueblo ecuatoriano cansado de ser abusado y prostituido por los maleantes de turno, la mostrará guiado por ese instinto de sobrevivencia, que no resistirá más a sus verdugos y sus captores. Nuestra democracia tiene tiempo de haber sido secuestrada, y se mantiene secuestrada pero peor que cautiva, ahora más comprometida por los grandes mayordomos que nos han gobernado. Los ecuatorianos debemos establecer y unificar un criterio y una ruta crítica, para restaurar nuevamente nuestra Patria. Esta vez, no de una invasión sino para los que se han adueñado de un poder, que solo le pertenece al pueblo. El faro está ahí, es inamovible, no es posible apagar su luz, la verdad siempre nos alumbrará, a pesar de que la queramos ocultar con nuevas injusticias. La opinión del autor no coincide necesariamente con la de LatinPress.es fabriziodeluca823@gmail.com Colaboración especial para LatinPress®