Por Fabrizio Reyes De Luca
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27 de mayo de 2025
El filósofo, escritor y cineasta francés, Guy Ernest Debord, en su obra cumbre: "La sociedad del espectáculo" explicó cómo las sociedades modernas, dominadas por la lógica del consumo y la producción, transforman la vida real en una sucesión de imágenes. Lo que antes se vivía de manera directa, hoy se convierte en una representación; la realidad fragmentada se reorganiza en un pseudo-mundo autónomo, hecho para ser contemplado. Según Debord, el espectáculo no es solo una colección de imágenes, sino una relación social mediada por apariencias, donde lo no viviente suplanta lo vivido. Estas reflexiones, lejos de ser abstractas, permiten interpretar fenómenos visibles en nuestro país, donde una ascendente e impactante sociedad de consumo, se expresa en la obsesión por aparentar, en la cultura de las redes, en los discursos vacíos convertidos en espectáculo, en la figura de la "vedette pública": aquella persona que concentra lo visible, pero se presenta despojada de autenticidad. Como advierte Debord, esta figura no representa al individuo, sino su disolución; su función es modelar la obediencia al orden establecido, simulando decisión, éxito y plenitud. Desde esa perspectiva, este autor, enfatizó que el consumo se presenta como libertad, pero homogeniza deseos y acentúa las diferencias. En lugar de fortalecer la conciencia crítica, se ofrece una felicidad uniforme y superficial. Así, en medio de vitrinas repletas, pantallas brillantes y gastos superfluos en lugares exóticos, se ha impuesto una forma de vivir donde lo esencial se diluye. La banalidad encubierta por el brillo de lo nuevo, ha colonizado incluso nuestras formas de pensar y soñar, dejando a muchos atrapados en una existencia de apariencias, sin profundidad alguna ni dirección real. En una era donde lo real parece pasado de moda y "todo se parece, pero nada es", cabe resaltar, la figura de José Alberto Mujica Cordano, que más allá de su fallecimiento, emergió como un símbolo de coherencia y autenticidad. Con un estilo de vida atípico dentro de la clase política latinoamericana, un lenguaje franco y directo sin ser guiado por una asesoría comunicacional, cada palabra y acción lo convirtieron en un ejemplo de coherencia, en un referente a nivel mundial. Sin proponérselo marcó un paradigma sin igual en una época, caracterizada por una generación actual que sigue a los que más tienen, sin importar cuales sean sus valores, Mujica es la antítesis del “aparataje, parafernalia y todo signo de ostentación” que vemos de manera frecuente, una conducta propia de políticos anclados en el pasado, generando el rechazo de los ciudadanos conscientes, deseosos de tener políticos estadistas, que sean como “uno más del pueblo”, no fabricados por el “marketing”. Conocido como “el presidente más humilde del mundo” nunca renunció a sus raíces, viviendo acorde a sus principios, con una fuerte convicción, se erigió como uno de los líderes más queridos del planeta, sin las técnicas propias de la publicidad. En la actualidad, cuando algunos políticos recurren a cualquier tipo de artificio o artimaña para quedar bien ante sus representados, o dominar los algoritmos, Mujica basaba su comunicación centrada en sus valores con sobrada honestidad, no en la búsqueda insaciable del "like" en redes sociales. No necesitaba ninguna escenografía, pues la coherencia era su mensaje. Cada una de sus intervenciones públicas colgadas en el internet y en las redes sociales, son dignas de admirar con poderosos y esperanzadores mensajes de cómo entendía y vivió la vida, los cuales circulan con fuerza y resonarán en la posteridad por su sencillez, y desapego al poder. Rechazó los lujos del poder que tanto seducen a los egos frágiles, cuando fue presidente de la República Oriental del Uruguay, en el período comprendido entre los años 2010 y 2015, para seguir viviendo en un modesto terreno rural su “chacra” rodeado de sus mascotas, y su icónico volkswagen escarabajo convertido en una “leyenda” lo acompañaron hasta su último día, siempre estuvo consciente de que para trascender no tenía que “blindar los cristales de su vehículo”, sino inspirar, predicando con el ejemplo, sin necesidad de abrir la boca. Paradójicamente era un político que no se parecía a los políticos comunes. Su figura nos recuerda que la política no tiene por qué estar condenada a la desconfianza, y que tal vez —solo tal vez— todavía haya espacio para la dignidad en medio del espectáculo. La opinión del autor no coincide necesariamente con la de LatinPress.es fabriziodeluca823@gmail.com Colaboración especial para LatinPress®